2/19/2013

revisando ccr y jc fogerty




«Luché duro para mantener mi integridad artística 
frente a las fuerzas enemigas. 
Y logré mi objetivo, aunque sólo fuera 
para que después se hiciese pedazos sobre mí. 
Durante años no pude escribir ni cantar una canción. 
Me consumí. Mi historia va a compartir todos los altibajos 
y cómo todo ello me afectó. 
El camino de regreso estuvo lleno de baches 
y sabía que iba a llevarme años salir de él, 
pero lo hice» 
John Fogerty.

Hay bandas cuya música remite de forma inequívoca no sólo a la época, sino también al lugar donde fue creada. Escuchas a los Kinks y en sus letras costumbristas percibes la idiosincrasia de los habitantes del norte de Londres. Pones un disco de Neu! y Kraftwerk y, de repente, te encuentras conduciendo por una autopista alemana a un ritmo "motorik" de 4x4 tiempos. Y si en la radio del coche suena "Proud Mary", "Fortunate Son", "Travellin"Band" o cualquiera de los clásicos de Creedence Clearwater Revival, te imaginas tomando la desviación hacia la Ruta 66 que cruza Estados Unidos de costa a costa. Ningún otro grupo de rock ha logrado recoger tan fielmente el vasto legado musical del país del Tío Sam. En sus canciones confluyen el blues eléctrico de Chicago y el country de Johnny Cash, el soul de Motown y Muscle Shoals, los riffs de guitarra de Chuck Berry, el folk de Bob Dylan y el pop soleado de Brian Wilson. Puro sabor americano.
«Si algún artista puede apostar por reclamar el título de ser los Beatles americanos, ese sería Creedence Clearwater Revival», escribe el historiador Alec Palao en las extensas notas interiores de la antología "Ultimate Creedence: Greatest Hits & All Time Classics" (Concord), un triple álbum que no sólo incluye sus temas más conocidos y mil veces versionados, sino que también escarba para rescatar temas pocos escuchados pero que proporcionan una mirada completa a su corta pero fructífera carrera. El tercer disco reúne material en vivo capturado en San Francisco, Londres, Estocolmo, Amsterdam, Hamburgo y Berlín en las giras de 1970 y 1971, una muestra de la irresistible energía que gastaba sobre los escenarios el cuarteto californiano.
Se ha dicho que en cualquier momento, en Estados Unidos, hay una banda en un bar cantando un tema de Creedence. El éxito y la perdurabilidad de su propuesta radican en su combinación de accesibilidad y autenticidad. Nunca renunciaron a sus raíces ni cedieron a las modas imperantes de la época, como el pop psicodélico y el incipiente hard rock.
Gente corriente
Lo suyo, como cantaban los Rolling Stones, era solamente rock and roll (pero nos gusta). «Considero que fuimos una banda de garaje. Eso sí, la banda de garaje con más éxito del mundo. Y lo digo con humildad, porque nunca fuimos grandes instrumentistas. Sólo éramos cuatro chicos que crecimos con los mismos discos y soñábamos con vivir de la música», reconocía el baterista Doug Clifford.
Recuerda la siguiente anécdota: «Una vez, estábamos en el patio de la casa de mis padres jugando a baloncesto, después de ensayar y les dije: "Algún día ganaremos cien pavos por noche?¡cada uno!". Aquella frase se convirtió en una broma privada, que seguimos repitiendo como un recordatorio a lo largo de nuestra carrera, incluso la noche en que tocamos en el Madison Square Garden».
En un negocio donde la estética a veces parece contar tanto como la propia música, ellos fueron la personificación del anti-glamour. Si te los hubieras cruzado en la calle habrías pensado que eran granjeros que venían de recoger el ganado en vez de archiconocidas estrellas del rock. Vestían camisas de cuadros de franela, pantalones vaqueros y chaquetas de piel. Solían lucir tupidas barbas, y el bajista Stu Cook, gafas y un bigote poco favorecedor. Una imagen, por cierto, no muy diferente a la que pusieron de moda dos décadas más tarde Nirvana, Pearl Jam y las huestes del "grunge". O, más recientemente, adalides del folk independiente como Will Oldham, Little Wings o Fleet Foxes.
Originarios de El Cerrito, una localidad residencial de 20.000 habitantes situada en el área de la Bahía de San Francisco, dos hermanos (John y Tom Fogerty) y dos amigos (Stu Cook y Doug Clifford) se juntaron a comienzos de los 60 para tocar en las fiestas del instituto con un objetivo: conseguir chicas y beber cerveza gratis. Se hacían llamar The Blue Velvets y como recuerda Cook, «fue una época fantástica. Después de que aparecieran los Beatles te encontrabas una banda en cada bloque de pisos, pero por entonces éramos el único grupo musical del pueblo. Tocábamos "La Bamba", "Louie Louie" y "The House of the Rising Sun". Éramos los reyes».
John se destapó enseguida como un excelente compositor, dejaron atrás las versiones y en 1964 ficharon por Fantasy Records, una pequeña discográfica local. No fue hasta finales de 1967 cuando se rebautizaron como Creedence Clearwater Revival. Creedence era el apodo de un amigo de Tom, y Clearwater una marca de cerveza; completaron el nombre con la palabra Revival (recuperación, resurgimiento), porque esa era su principal aspiración: tocar música americana de raíces. «Revival es la palabra más importante», solía decir John.
En apenas tres años, grabaron seis álbumes de estudio que forman parte de la mejor historia del rock: "Creedence Clearwater Revival", "Bayou Country", "Green River", "Willy & The Poor Boys", "Cosmos"s Factory" y "Pendulum". El postrero "Mardi Grass" (1972) ya sin Tom en sus filas, fue el triste canto del cisne y un pequeño borrón en una discografía hasta entonces impecable. Las tensiones internas provocaron la separación definitiva de la banda ese mismo año.

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