El valor del liderazgo de Lula , aún fuera de la gestión cotidiana, combinado con su convicción de renovación generacional y búsqueda de nuevas figuras , pareciera ser la fórmula más eficaz para dar continuidad a la experiencia petista. En particular resultó central y exitosa como estrategia político-electoral en la populosa y dominantemente conservadora Sao Paulo.
Leemos a Eric Napomuceno:
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La imposición de su nombre por Lula causó profundo malestar en el
partido, despertó la vena crítica más virulenta de los adversarios, y
abrió espacio para que se pusiese bajo sospecha la proverbial intuición
política del ex presidente, configurándose, hasta las mismas vísperas de
la primera vuelta, como el diseño exacto de un fracaso retumbante.
Luego de haber surgido en los primeros sondeos con 3 por ciento de los
votos, de haberse estacionado largamente en la marca del 10 por durante
casi toda la campaña, a última hora logró pasar a la segunda vuelta,
pero perdiendo frente a José Serra.
A partir de ese punto, para Lula y
para el PT ganar en San Pablo pasó a ser algo crucial.
Tanto Lula como su partido sufrieron derrotas significativas en
Recife, capital de Pernambuco, ciudad natal del ex presidente, y en Belo
Horizonte, capital de Minas, ciudad natal de Dilma. En Porto Alegre,
capital de Rio Grande do Sul, tradicional reducto del PT, el candidato
del partido amargó un humillante tercer lugar, con menos de 10 por
ciento de los votos, en una marca histórica. Siquiera el consistente
crecimiento del electorado del partido (4,5 por ciento en la primera
vuelta) parecía suficiente para aplacar el sabor de derrota en aquellas
ciudades.
Haber pasado a la segunda vuelta en San Pablo fue una victoria
personal de Lula y un consuelo para el partido, pero sólo de forma
parcial. Si a eso se suma el desarrollo, en plena campaña, de un juicio
por corrupción en la Suprema Corte que desangró a figuras históricas del
PT, en especial a José Dirceu, el cuadro sólo parecía poder ser
revertido con una muy difícil victoria en San Pablo. Y más: frente a
Serra y al PSDB. Y fue exactamente lo que ocurrió.
Bajo control de los auto intitulados social demócratas, en los
últimos muchos años, San Pablo es, además de muchas otras
características, un bastión del conservadurismo en Brasil. Al imponer el
nombre de Fernando Haddad, que jamás había sido elegido para nada, Lula
corrió un riesgo de dimensiones olímpicas. Su argumento no convenció a
nadie, dentro o fuera del partido. Decía que era hora de renovar, de
buscar nombres nuevos y descartar figuras harto conocidas, como la misma
Marta Suplicy. Había intentado la misma jugada una vez, y con éxito
indiscutible: Dilma Rousseff tampoco había disputado elección alguna y
derrotó al mismo José Serra en 2010.
Las diferencias, sin embargo, eran visibles. Dilma disputó la
sucesión de Lula cuando Lula estaba en la presidencia y en el auge de su
popularidad. Pero, en la ciudad de San Pablo, fue derrotada por Serra.
Ahora, lanzar el nombre de Fernando Haddad sin Lula en la presidencia, y
en la ciudad que lo derrotó hace dos años, sería una temeridad casi
suicida en términos políticos. En 2010, y con la fuerza que tenía, se
decía en Brasil que Lula lograría elegir hasta un poste. Y ese poste
llamado Dilma logró elegirse. Ahora sería el intento de elegir otro
poste, pero en otras condiciones. La respuesta del PT a los críticos más
ácidos ha sido corta y directa: de poste en poste Lula iría alumbrar el
país.
No es para tanto, desde luego. Pero lo de ayer ha sido una victoria
personal incontestable de Lula, una reivindicación del PT luego del
desastre que es el resultado esdrújulo del juicio en el Supremo Tribunal
Federal, y una lección clara a la oposición. Y a los aliados que se
sintieron fortalecidos por los resultados en la primera vuelta, cuando
al PT parecía restarle nada más que conquistar San Pablo o evaluar todo
otra vez, el resultado les sirve como alerta y advertencia...
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