Compartimos un texto del diputado (MC) Eduardo Di Cola sobre las características específicas del recomienzo de la participación de la juventud en el proceso político.
Entre los fenómenos consolidados durante el siglo 20, la participación de la juventud en la arena política constituye tal vez el más dinámico y transformador.
El Mayo francés de 1968 y los movimientos pacifistas opuestos a la guerra de Vietnam son solo algunos ejemplos. En nuestro país se manifestó en la notable efervescencia de los años 70 y el reverdecer participativo a fines del último proceso militar y principios de la democracia.
En todos hay una constante, siempre se destacó por tener dentro de la puja de poder, el rol de oposición. La participación juvenil siempre fue despertada por reacción contra la ilegalidad e injusticia.
Nuestro país no escapa a esa constante. La opresión, la falta de libertad y democracia, la proscripción, la violación de los derechos humanos, las profundas crisis económicas entre otras, fueron disparadores de la participación canalizada a través de la natural rebeldía juvenil.
Visto desde otra perspectiva y dicho de otra manera, durante el siglo XX con excepción de los años 50, en nuestro país el compromiso político de la juventud nacía a partir de la necesidad de lograr el estado de derecho, enfrentando en tales circunstancias a dictaduras aberrantes. Eran demandas capaces de unir bajo las mismas consignas al colectivo juvenil.
Los reclamos por libertad, democracia y respeto por la vida, siempre conformaban un cúmulo de ideas básicas en torno a las cuales se agrupaban los jóvenes deseosos de un cambio.
Ahora bien, el despertar de la juventud y la vocación participativa encontraba su fuerza en el espanto. Nacía en etapas oscuras de nuestra historia, cuando la política estaba negada, prohibida. Lamentablemente, luego de alcanzado el objetivo institucional democrático eran los propios gobiernos los que se encargaban desde el “posibilismo claudicante” en transformar en frustración tanta expectativa juvenil generada.
Paradójicamente era desde la política que se alejaba a los jóvenes de la política. Así los gobiernos quedaban vacíos de contenido participativo y movilizador. Hoy podemos afirmar que nos encontramos ante una etapa inédita en los últimos 60 años. La participación juvenil se siente convocada por la adhesión que provocan las decisiones gubernamentales.
Es a partir de 2003 que el despertar de la juventud y la vocación participativa no se alimentan del terror y la protesta, sino que encuentra su fuerza en el entusiasmo provocado por la gestión de un gobierno nacido de la voluntad popular.
La política convoca a los jóvenes desde la política, y lo hace con el mérito de tener que sustentarse a partir de una legitimidad de origen acotada, al habérsele negado el balotaje a un presidente que en suerte le tocó asumir su responsabilidad con un caudal electoral menor a la cantidad de desocupados que había en el país.
Ya no es la falta de libertad, la violación de los derechos humanos y la opresión instrumentada por un proceso de facto la causa convocante. Medidas tales como los juicios a los violadores de los derechos humanos, la asignación universal por hijo, la política de desendeudamiento, la integración regional, la baja de la desocupación, el incremento del presupuesto educativo, la disminución de la pobreza y otras tantas políticas inclusivas instrumentadas desde el gobierno, dieron origen no solo a un cambio de paradigma de gestión pública, sino también a la avalancha de entusiasmo que ganó a millares de jóvenes decididos a brindar su participación para consolidar y profundizar el nuevo modelo de gobierno.
Ya no es la bronca ni la desesperanza el origen de la movilización. La coherencia entre lo dicho y lo hecho puesta de relieve en la expresión “no he venido para dejar las convicciones en la puerta de la casa de gobierno”, expresada en el seno de una sociedad descreída por un presidente recién electo y poco conocido, tuvo la fortaleza de renovar y convocar los espíritus juveniles.
Cuando los jóvenes comenzaron a comprender que la frase que dice “la política es el arte de lo posible” implica claudicación y fracaso en manos de timoratos e incapaces, y que en cambio es una poderosa herramienta para los que tienen convicción y voluntad inquebrantable para “hacer posible todo lo que es necesario”, una a una fueron quebrándose las frustraciones que habían minado la credibilidad en la política como instrumento de transformación de la realidad. La correspondencia de las políticas instrumentadas con las aspiraciones de al menos una muy importante porción de la sociedad comenzó a regenerar la confianza perdida.
Es de lamentar que la oposición no tome consciencia que ayer, tan solo ayer, la fuerza que estuvo puesta en el “que se vayan todos” hoy está canalizada en generar masa crítica de respaldo a las transformaciones que se llevan adelante. Que no interprete adecuadamente la realidad y continúe enfrascada en hacer política desde la anti-política.
Que la vocación participativa de los jóvenes de esta nueva etapa es una fuerza que como pocas veces nace del entusiasmo. Que la discusión, la participación y el debate político ya no son mala palabra.
Esta oposición le da la espalda a un ciclo de movilización y protagonismo juvenil que a la par de permitirle incorporar nuevos cuadros de recambio en sus filas, al momento que la sociedad le otorgue la responsabilidad de gobernar, le posibilitaría contar con una importante herramienta de poder de decisión desde la política en contraposición a los mezquinos intereses corporativos.
Para continuar fortaleciendo el sistema político de nuestro país, es imperioso que la oposición entienda que mientras en el pasado la movilización de la juventud era por el reclamo de democracia, hoy es para legitimar la democracia.
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