Recibimos este texto de Eduardo Di Cola (Dip.Nac – MC) que queremos compartir con los lectores de Ramble:
El pasado martes 15 de febrero se cumplieron 200 años del nacimiento de Domingo Faustino Sarmiento. Esta circunstancia motivó una serie de actos de homenaje y reivindicaciones, algunas de las cuales resultan a nuestro juicio, marcadamente inconsistentes.
Un ejemplo de esta inconsistencia lo encontramos en los representantes de los intereses de la Sociedad Rural Argentina, quienes se han esmerado por encumbrar la figura de Sarmiento, a pesar de que en vida el sanjuanino abogaba por la distribución de la tierra, en contra de las grandes extensiones apropiadas para sí por las familias “patricias”. De hecho, Sarmiento promovió pequeñas colonias de agricultores en Chivilcoy y Mercedes. Sin embargo, cuando la experiencia parecía funcionar y podía ser extendida a otras regiones, los terratenientes se opusieron férreamente.
En referencia a éstos, cuyos continuadores intentan hoy apropiarse de la figura de Sarmiento en busca de próceres vaciados de contenido, para nutrir su panteón de figuras que homologuen, según sus intereses, la imagen del latifundio agroexportador con la idea de la Nación Argentina, Sarmiento dijo: "quieren que el gobierno, que nosotros que no tenemos ni una vaca, contribuyamos a duplicarle o triplicarle su fortuna a los Anchorena, a los Unzué, a los Pereyra, a los Luro, a los Duggans, a los Cano y los Leloir y a todos los millonarios que pasan su vida mirando como paren las vacas".
En este sentido, vale recordar que cuando a Sarmiento le tocó imaginar y proponer un modelo de desarrollo para su país, no consideró en absoluto la posibilidad de un país sustentable basado en la producción de materia prima y la agroexportación. Por el contrario, dirigió su mirada hacia los Estados Unidos, país que ya tenía en aquel entonces una política de protección de su mercado interno que había impulsado el crecimiento industrial.
Hechizado por el despliegue de civilización que observó en sus viajes por Norteamérica escribió Argirópolis. En esta obra, Sarmiento imaginó las posibilidades de recrear el pujante progreso de la cuenca del Mississippi en el larguísimo corredor fluvial que desemboca en el Río de la Plata, desde el Paraguay hasta la isla Martín García, en donde estaría ubicada la capital de los Estados Unidos del Río de la Plata. Inclusive hay quienes ven en esto una suerte de anticipación del Mercosur, al mejor estilo Julio Verne.
Hoy sabemos qué sectores son los que propician la integración regional y priorizan el mercado interno, y quiénes sólo miden la realidad por la vara de su beneficio, propio y exclusivo. Sabemos también que Sarmiento hubiese estado decididamente con los primeros.
Sin embargo, hemos escuchado a dirigentes terratenientes proferir entusiastas elogios a la visión pro norteamericana de Sarmiento. Humildemente pensamos que sería bueno para todos, que estos dirigentes observaran que el modelo de desarrollo que experimentaba Estados Unidos fue el origen de esta fascinación, sustentado en la protección del mercado interno con fuerte control aduanero y el apoyo al crecimiento industrial, además del desarrollo de colonias rurales, que llevaba adelante el país del Norte. Sería bueno que recordaran también que esta política pudo ser consolidada por el presidente Abraham Lincoln con el triunfo en la guerra civil; política que, por otra parte, había inaugurado George Washington desde el inicio de la independencia norteamericana en el último cuarto del siglo XVIII.
¿Sabrán los señores de la Sociedad Rural Argentina que los máximos próceres norteamericanos, aquellos que construyeron la nación, no fueron liberales, al menos no en la forma en que ellos conciben al liberalismo? ¿Habrán reparado en el detalle de que los Estados Unidos fueron construidos con fuertes políticas de desarrollo interno, promoción a la industria y distribución democrática de las tierras?
Ese fue el modelo por el cual Sarmiento se sintió cautivado y los dirigentes latifundistas, que hoy reivindican la figura del sanjuanino, en aquellos años le impidieron llevar a la práctica su proyecto de desarrollo. Prefirieron en cambio dar impulso a un país para unos pocos elegidos, dedicado exclusivamente a la agroexportación. Actuaron, en definitiva, de la misma forma en que se comportaron en Estados Unidos los sectores terratenientes del Sur. Desafortunadamente para todos nosotros, mientras que en EEUU Lincoln logró imponer la política del norte y salvó la unidad del país, en Argentina esas mismas políticas, con las que Sarmiento simpatizaba, fueron derrotadas de la mano de quienes hoy pretenden enaltecerlo.
Sin embargo, hoy sabemos que no sería Sarmiento el último estadista al que le tocara hacer frente a los intereses concentrados de la Sociedad Rural Argentina. Esto ya lo vivimos a lo largo de nuestra historia durante varios períodos constitucionales; y lo enfrentó también Juan Domingo Perón durante su primera presidencia, en momentos en que la Sociedad Rural era presidida por José Alfredo Martínez de Hoz, descendiente del fundador y padre del tristemente célebre ministro de economía de la dictadura cívico militar, hoy preso por crímenes de lesa humanidad.
No es nuestra intención detenernos en comentar los aspectos cuestionables de la figura de Sarmiento, algunos de los cuales graves para el interés nacional. Por el contrario, hemos preferido mantenernos en el terreno de las reivindicaciones; aunque más no fuera para señalar desde aquí el alarmante estado de ignorancia, o hipocresía, de quienes desde la Sociedad Rural Argentina se hacen eco de su figura.
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