Laura Alonso y Patricia Bullrich fueron quienes indujeron con firmeza al fiscal Nisman a presentarse en el Congreso Nacional para exponer su denuncia contra la ex Presidenta. El consejo de Laura Alonso fue de orden discursivo: exhibir una palabra serena, dejando hablar al otro con una indiferencia total hasta reducir sus eventuales vehemencias retóricas a la burda condición del ladrido, al estado de animalidad.
Por Martín Kohan*
(para La Tecl@ Eñe)
No se sabe, no sabemos, si en efecto lo indujeron al suicidio. El documental de Justin Webster resulta en eso muy sugestivo, pero no es ni puede ser concluyente. A cambio, sí, comprueba y ratifica, por confesión de parte podría decirse, otra clase de inducción. La firme inducción al fiscal Nisman para que se presentara en el Congreso Nacional y expusiera allí su denuncia ante los representantes del pueblo y ante la prensa en pleno. Nisman no estaba para nada convencido de hacerlo. Más aún: se mostró reticente al respecto, vaciló hasta la renuencia, se sintió incluso temeroso (tanto como para sugerir que era mejor que no hubiese periodistas). Pero se vio, pese a todo, inducido a presentarse. ¿Inducido por quiénes? Por Patricia Bullrich y por Laura Alonso, cuyas intensas comunicaciones con él, en las horas previas a su muerte, no han sido hasta ahora sino endeblemente explicadas.
Que la denuncia de Nisman era inconsistente es algo que el documental de Webster (pero antes que eso, la denuncia misma) deja por demás en evidencia. Alberto Nisman no tenía nada. Nada. Lo cual carga verosímilmente de angustia la escena solitaria de la víspera de la presentación ante el Congreso (con una huella de lo desesperado: las sucesivas llamadas a Stiuso, todas sin contestación). Varios de los testimonios coinciden en destacar dos fuertes características de Nisman: una, que no soportaba perder; otra, que iba siempre para adelante. Es decir: que no sabía retroceder. Y que, por ende, estaba yendo ahora derecho hacia lo insoportable: estaba yendo a perder.
Pero hay un tramo del documental, sucinto y hasta lateral, en el que quisiera detenerme. Un tramo en el que habla Laura Alonso, una de las dos personas que instigaron a Alberto Nisman a presentar su denuncia en el Congreso. Ella misma expone allí los reparos del fiscal. Y a continuación los argumentos con los que ella solventó su insistencia. Me interesan esos argumentos que le dio: le dijo que no se preocupara, que la clave era que hablara tranquilo, que no interrumpiera ni encimara su voz con las otras, que dejara a los oponentes ladrar. Ese era, por entonces, un fuerte ideal de discurso. La idea de que lo fundamental era exhibir una palabra serena, dejando hablar al otro con una indiferencia total, fácil de camuflar de tolerancia, hasta reducir sus eventuales vehemencias retóricas a la burda condición del ladrido, al estado de animalidad.
Para esta concepción del discurso, resultaba completamente indistinto que se tuviera o no se tuviera cosa alguna que decir. Lo importante era hablar con calma, aunque lo dicho fuese completamente vacuo. Todavía no había transcurrido el gobierno de Mauricio Macri, en el que se abundó hasta la ruina nacional en esta tesitura de las palabras insustanciales pero reposadas. Los consejos de Laura Alonso provienen de aquel momento previo, desde un paradigma por entonces muy apreciado.
Para Nisman, sin embargo, podría no haber bastado. Supongamos que hubiese logrado ese estilo de exposición de mente en blanco. Supongamos que hubiese conseguido adoptar esa técnica de un dejar hablar aparentemente respetuoso (fácil solamente cuando lo que el otro pueda decir no nos importa en absoluto). Supongamos que hubiese asumido la visión de Laura Alonso, de que los otros son animales, de que cuando hablan, ladran.
No es tan sencillo, de todas formas, tomar la palabra y no decir nada. Hablar y hablar, y no decir nada. Muchos dirigentes del macrismo lo lograron, bien lo sabemos, incluso hasta la experticia. Pero no es tan sencillo. Nisman tenía, todo lo indica, cierto amor propio intelectual en asuntos de índole jurídica. ¿Hablar y hablar y hablar, para decir la nada misma? No habría resultado tan sencillo para él. Acaso alcanzó a advertir que no, que no lo sería. Y acaso alcanzó a advertir que le sería incluso imposible.
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*Escritor. Licenciado y doctor en Letras por la Universidad Nacional de Buenos Aires
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