Alberto en (relativa) calma chicha
Escribe Eduardo Blaustein |Aunque Argentina sea imprevisible, estamos llegando a fin de año en un clima político de tranquilidad, sin catástrofes, anuncios de saqueos, ni fortalecimiento de las derechas. Un balance breve del año que termina y un toque Ludovica Squirru sobre lo que viene.
Esta relativa calma chicha de fin de año pandémico. Esta calma política sin amenaza de saqueos de fin de año y crecimiento de la pobreza. Sin electroshocks ni explosiones desatadas por derecha. Esta inutilidad relativa de las mil marchas acumuladas, anticuarentena y antikirchneristas. Estos anuncios tímidos de combo navideño a doscientos pé para los que están hechos polvo y mezquinos cortes de carne baratos. Esta otra calma del mercado de cambios y del blue y de incapacidad para controlar los precios. Este paquete de leyes progresistas aprobadas en el Congreso las últimas semanas, sin escándalo y para adelante. Esta ansiedad de quienes ya decidieron irse de vacaciones y la relativa normalización en verano. Este Macri que importa poco y esta oposición que las puede tener difíciles en las próximas legislativas.
Esta relativa calma chicha de fin de año, para un país que siempre vive a un millón de voltios, ¿qué significa políticamente? Si es realmente calma chicha, por relativa que sea ya que la pobreza está ahí, ¿cómo incide si hubiera que calificar el primer año de gobierno de Alberto Fernández?
El día en que anunció el acuerdo con Rusia para la compra masiva de vacunas, en conferencia de prensa, un periodista le preguntó a Alberto Fernández eso mismo, cómo calificaría su primer año de gobierno. El Presidente toreó la pregunta con cassette previsible: eso lo tiene que decir la gente, no él. Sí se la contestó al Gato Sylvestre: yo estoy satisfecho. Ante una audiencia que se supone que lo apoya y está –relativamente- satisfecha con lo hecho.
Adelanto mi calificación (acto acaso innecesario, soberbio, pero para no esconder la propia posición) según los parámetros del colegio secundario. Los hay que aprueban las materias y exámenes con 6 y los hay que las aprueban con 7. Le meto un aprobado con 6 o con 7. Nunca un 5 y para nada un 4. Por fuera de las previsibles diatribas por derecha, me irritan los revolucionarios de las redes que solo ven tibieza y hasta un cierto aire pusilánime en Alberto y el Gobierno.
6, 7, 7 y medio. Eso le pongo yo al primer año de gobierno.
Remontando en el final
Hasta le pondría un 8 considerando contra qué tuvo que pelear. Por hartante que resulte el listado conocido, ahí va: la herencia macrista, la inmensa y destructiva deuda externa que se negoció bien (y se olvida), la herencia cultural macrista que permanece viva en sectores duros de la sociedad y que a su vez siguen odiando ciegamente y con los que hay que lidiar, los medios dominantes jugando 24×24 con los tapones de punta, esmerilando, la pandemia que obligó a casi cerrar la economía, un mundo agobiado y en crisis que impide también el funcionamiento presuntamente normal de la economía, “vender nuestros productos”, sin ir más lejos.
El fin de año ya está acá con pandemia en descenso e inminente vacunación masiva, al menos la primera etapa en los sectores que más necesitan la vacuna (personal de salud, de seguridad, docentes, mayores de 60). Lo que vaya a suceder con la pandemia, dadas las segundas olas del hemisferio norte y el comportamiento diabólico del bicho, es muy difícil de proyectar. Pero hoy, la foto de hoy al menos, da cierta tranquilidad. Recemos para que las vacaciones de verano no se conviertan en un factor que le dé nueva vida al virus.
El fin de año está acá y el Congreso aprobó o está por aprobar buenas leyes en un sprint final de sesgo progresista: la que propuso Máximo Kirchner sobre los incendios rurales, la del humilde no-impuesto a las grandes fortunas personales, la del aborto, la de sustentabilidad de la deuda externa.
Mapa político. Horacio Rodríguez Larreta –en la geografía federal de Juntos por el Cambio- quedó un tanto solari en su pelea por los fondos que el gobierno nacional le quitó para seguridad. No respondieron a su favor los gobernadores de su espacio ni el Congreso. Macri se desgañitó a solas en las redes. Hay un giro interesado del cordobesismo peronista que se acerca al oficialismo porque tiene que pelear votos en su provincia. El espacio legislativo de Lavagna no es de Lavagna sino libre pensador, ha votado leyes propuestas por el oficialismo. El macrismo puro odia a ese otro Corea del Centro y lo califica como Majul. El oficialismo puede sumar más votos en los próximos comicios. O mejor: pueden perderse votos amarillos, algunos en dirección a los autodenominados, libertarios, que vendrían a ser trosko-macristas con mucho payaseo mediático. Que la oposición se debilite o fragmente ayuda a la calma chicha, a la gobernabilidad. La imagen del gobierno y el Presidente en las encuestas no es una maravilla, pero anda bien, teniendo en cuenta el año que todos en las redes llamamos Año de Mierda.
La acústica de Alberto
Como tantos, luego de reconocer y festejar los modos amables y dialogantes de Alberto Fernández, un modo que consideré superador del modo endogámico de la comunicación kirchnerista, tuve mis dudas respecto a cuánto puede seguir rindiendo ese estilo y si todavía garpa. Como garpó en la campaña y en los primeros meses de gestión y en la primera gestión de la pandemia.
Aquí descubro un Warning, una alarma: el discurso furioso de la derecha te hace el bocho, te desequilibra, te saca, te hace perder la distancia. Cada tanto, o porque Alberto fue “demasiado cuidadoso” o porque se reunió con no sé quién, o porque uno termina creyendo que los buenos modos no lo llevan a ningún lado, uno le pide a Alberto: levantá la voz, loco. Y a los ministros y legisladores y voceros: pidan la pelota, no se escondan. Son momentos, picos emocionales. A veces la emoción tiene sus buenas razones, a veces no.
Crédito: Gato Sylvestre.
A veces en la calma de Alberto y en el reiterado imaginario de su perro Dylan, las guitarras que guarda, música de Lito Nebbia y Gustavo Santaolalla, uno ve al presi tranca, cantando y rasguña las piedras, en un exceso de peace & love. Seriamente, Alberto ha dicho varias veces que la cultura hippie es una de sus fuentes de formación.
En su dogmatismo, los setentistas mayores miraban con disgusto y desdén a los hippies, casi como las derechas. Era como si tuvieran a un Firmenich católico y castrense en sus cabecitas.
A veces, así como la canción de Carlos Puebla dice “Y llegó el comandante y mandó a parar”, aparece Cristina. Se manda un tuit, escribe una carta. No necesita dar entrevistas para que sus envíos tengan resonancia nacional, mientras Alberto acaso se pasa de raya con las entrevistas, conducta que estuvo muy bien en los primeros meses (más voceros, por Dios). Entonces, aparece Cristina de pronto, las dosis justas de intervención pública, y se crispan los medios y mezclan todas las verdades posibles: que ella manda, que está sola, que las va a pagar en la Justicia, que ella “es un problema insoluble para el peronismo”, que se mostraron juntos en la ESMA “después de meses de relación fría”. Dicho en mexicano, con la relación de Alberto y CFK los medios de la derecha, ni modo. No pueden. Les dicen todos los días lo mismo a sus audiencias sin poder afectar la relación entre presi y vice ni superar su estancado umbral de escucha.
Sin embargo, parece cierto que a veces las apariciones calculadas de CFK electrizan al gobierno, lo despiertan. Hoy, sábado muy tempranito, me decidí a escribir estas líneas imaginando una escena cómica. Cristina en bata, con las cremas faciales puestas, enojándose con Alberto gordito:
-¿Llamaste al plomero? Si no lo vas a arreglar vos, ¿vas a llamar al plomero de una vez?
La última intervención de Cristina fue sobre el Poder Judicial. Un texto preciso y contundente. Le preguntaron a Alberto, con la previsible búsqueda de fisuras, qué onda él con los dichos de Cristina. Alberto, El Prudente, dijo que todo bien con lo dicho por CFK, o casi todo. E incluso apuntó después contra la Corte Suprema, luego lo hizo Santiago Cafiero. Hay un cambio de discurso y actitud ahí. AF venía diciendo que no, que no había nada que hacer con la Corte. Tal parece que anda cambiando de opinión, que se está radicalizando, que la discusión por la reforma de la Justicia puede adquirir matices interesantes, más agresivos en el buen sentido. Veremos.
6, 7, 7 puntos y medio incluyendo el logro de llegar a fin de año con relativa calma chicha, en un país dificilísimo de gobernar, y más en pandemia. Gentes de izquierda que respeto y kirchneristas paladar negro critican al gobierno por izquierda. Les doy alguna razón, no concuerdo en términos generales y doy la bienvenida a la necesaria crítica. Pero manéjese con cuidado. Me llama la atención que desde los neoliberales a esos críticos se hable, por ejemplo, de ajustes más o menos ortodoxos. Los unos para defender su manual (cuando por ejemplo el gobierno consigue bajar el blue o negocia con éxito la deuda), los otros a menudo desde algún narcisismo de la diferencia.
Sí, el gobierno gastará menos en IFE y ATP el año que viene. Sí, Guzmán y Alberto le tienen respeto al tema del déficit fiscal (Evo Morales, el más radicalizado de los presidentes “populistas” de América Latina gobernó con superávit). Pero no, no me parece sostenible la idea de un gobierno ajustador. Se gastaron millonadas en 2019 en ifes, atepés, tarjeta Alimentar, reconstrucción del sistema de salud y el científico para pelear a la pandemia. En el tema jubilaciones está claro que la regla macrista de aumentos empeoró la vida de los jubilados, al contrario que la regla cristinista.
No se controlan bien los precios (si eso es posible, si es fácil), especialmente medicamentos y alimentos. Hubo leyes que tardaron mucho en ser aprobadas. Hubo anuncios que no terminan de cuajar. Aumentaron la pobreza y la desocupación. No se empodera a sectores que deberían empoderarse. ¿Empeoró la economía? Sí, sucedió en todo el mundo antes de la pandemia y mucho más con la pandemia.
Falta saber qué pasará con el COVID. Falta la negociación con el FMI y la postura argentina pinta dura. Faltará dar un combate más sistemático para la recuperación del empleo y la producción y contra la pobreza. Entre el 6 y el 7,5 de puntuación según mera opinión del que escribe, da la sensación de que 2021 puede ser un año menos ingrato para todos, un escenario de recuperación. El cual llevaría a una consolidación política del gobierno. Llegarán inmediatamente reclamos sociales a lo pavo. Aun así, con que se repita una calificación de 6 o 7 en 2021 –oremos-, estaremos mejor, acaso con un ritmo de recuperación lento y penoso. Pero mejor y segurísimo que no en camino a la destrucción planificada que practicó el gobierno de Mauricio Macri.
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