Daniel Rosso afirma en este artículo que la máquina de relatar al gobierno en manos de los medios opositores, tiene la persistencia de construir un rompecabezas en el que las piezas no encajan entre sí. En ese relato, sostiene Rosso, el mito político desaparece detrás del mito moral y los personajes que produce esa máquina adquieren la nitidez de los protagonistas de una parábola infantil: La Vicepresidenta es eficiente: hace bien el mal; el Presidente, en cambio, es ineficiente: hace mal el bien.
Por Daniel Rosso*
(para La Tecl@ Eñe)
La máquina de relatar al gobierno, en manos de los medios opositores, tiene la persistencia de construir un rompecabezas en el que las piezas no encajan entre sí. Por eso, el mito de la Argentina del presente aparece como un mito imposible. Las partes no se integran y la coalición gubernamental se transforma en el espacio donde chocan en serie sus fragmentos. En ese relato, el mito político desaparece detrás del mito moral. Entonces, los personajes que produce esa máquina de contar adquieren la nitidez de los protagonistas de una parábola infantil.
Por un lado, una Vicepresidenta omnipresente dotada de una fuerza sobrenatural que avanza arrasando todo lo que se interpone en su paso. Cristina no tiene límites. Es una maquinaria de poder total: no descansa, no tiene frenos, no se detiene. La Argentina liberal cruje ante su mirada de furia.
Por eso, la Vicepresidenta en ese relato es eficiente: hace bien el mal. El Presidente, en cambio, es ineficiente: hace mal el bien. Cristina y Alberto, entonces, contrastan entre sí: la primera es eficiente para el mal, el segundo es impotente para el bien. El Peronismo del nuevo ciclo se encuentra con su trazo más dramático: la Vicepresidenta detenta la efectividad de los medios, el Presidente la debilidad de los fines. Las piezas no encajan.
¿Pero que sucede cuando ambos se juntan? El encuentro entre el avasallamiento y la impotencia da como resultado una rendición. Es, entonces, cuando él colabora con ella en hacer el mal. La sumisión es un acto de inconsistencia moral.
En la parábola hay un tercer actor: si la Vicepresidenta es el pasado, si el Presidente es el presente, el futuro es Horacio Rodríguez Larreta. Es quien hace bien el bien.
Está claro: la máquina de contar diseña un relato donde sustituye integralmente la política por la “moral”. El escenario público ha sido ocupado por categorías traídas en viajes sucesivos desde el más acá o el más allá del conurbano: Carrió desde Exaltación de la Cruz, Magnetto desde Chivilcoy, Macri desde Tandil y Barrio Parque. La “moralización” de la esfera pública es el gran encuadre que permite volver recurrentemente a la agenda de la corrupción. Es una cooptación instrumental de la “moral” para que funcione ocultando la inmoralidad de sus impulsores.
Señala Michel Foucault en Vigilar y Castigar que la práctica del suplicio consistía en mostrarle al pueblo el destrozo del cuerpo del condenado. Es decir: se espectacularizaba el accionar del verdugo rompiendo lentamente los cuerpos para dar lugar a una mirada de los detalles. El acto de matar carecía de velocidad porque su lentitud permitía visibilizar el detalle de lo que se hacía con los que trasgredían la ley. La producción técnica del dolor era, a la vez, una práctica de ciudadanización compulsiva.
En una línea similar, el lawfare es también la espectacularización de los supuestos actos de corrupción mostrando los detalles del fuera de la ley. Se trata de un procedimiento paradójico: producen el hecho delictivo para ser visibilizado, es decir, lo producen dos veces. Se trata de delitos gestionados estatalmente para ser espectacularizados.
El espectáculo jurídico está también al servicio de una relocalización pública de la ilegalidad: porque esta última es ubicada integralmente en la política y alejada de la economía concentrada y su saga de evasiones impositivas, fugas de divisas, contrabandos y lobbies en diversas esferas del Estado. Por eso, las entidades que representan a los sectores más concentrados de la economía, incluidos los medios opositores, proponen moralizar la política. Para ellos, en lugar de reformar la Justicia se trata de profundizar la judicialización de la política. De allí que no sólo muestran el accionar visibilizado de la “Justicia” en la política: con ese mismo movimiento, además, la alejan de la economía concentrada. Todo lo que es artificialmente visible en Boudou es sistemáticamente invisible en Vicentín. Utilizan la moral para la inmoralidad.
Por eso el inmenso esfuerzo de los medios opositores para intentar releer y neutralizar la última carta de la Vicepresidenta. En ella, lo que Cristina propone es suplantar la discusión “moral” por la discusión política: invertir el movimiento de la Justicia hacia la política por el movimiento de la política hacia la Justicia. En lugar de una Justicia -dependiente del poder económico concentrado y de los grandes medios opositores- que avanza sobre la política, propone una política plural y democrática que lidera la reforma de una Justicia cuestionada.
¿Qué debería hacer la máquina de contar gubernamental? Primero: debería concentrar sus esfuerzos en politizar los escenarios. Es decir, intervenir en la relación de fuerzas entre “moral” y política en favor de ésta última. Segundo: debería contribuir a la reorganización del mito gubernamental.
Mario Riorda en uno de los artículos del libro “Comunicación Gubernamental en acción. Narrativas Presidenciales y Mitos de Gobierno” sostiene junto a Caroline Ávila que “El mito siempre está abierto y nunca cerrado, por lo que de gestión a gestión, si perdura, puede sufrir variaciones, y ello, obviamente está en su esencia”. ¿Cuál es, entonces, el mito gubernamental del Frente de Todos? ¿Cuál es el mito que le permite el pasaje de coalición electoral a coalición de gobierno?
Algunos postulados generales. El mito del Frente de Todos no puede ser exactamente igual al del Kirchnerismo porque el primero excede al segundo. Pero, al mismo tiempo, el mito de la nueva coalición de gobierno debe conservar el capital mítico del Kirchnerismo. No hay nuevo mito sólo con el Kirchnerismo pero tampoco sin el Kirchnerismo. ¿Cómo se produce el pasaje del mito desde su versión kirchnerista a otra nueva que exprese a la Coalición y que no ponga en riesgo el capital mítico de la Vicepresidenta y su espacio político? Esa es la cuestión.
El cambio de la relación de fuerzas simbólicas entre “moral” y política exige, como paso previo o simultáneo, reconfigurar el mito de gobierno para que la máquina de contar, conducida por los medios opositores, ya no puedan leer fragmentos allí donde opera una fuerza transformadora.
Para ello “deben pasar cosas”: debe irrumpir la potencia de un nuevo mito que no sólo se defienda del acoso de la falsa moral sino que también ordene la ofensiva política gubernamental. Es esa ofensiva la que puede hacer retroceder a la moral como instrumento falso de la economía concentrada y, al mismo tiempo, recuperarla por las fuerzas nacionales y populares como una dimensión interna de la emancipación.
*Sociólogo, docente y especialista en Comunicación. Ex Subsecretario de Medios de la Nación.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario