Estela Grassi plantea en este artículo que desde marzo de 2020 la pandemia del COVID-19 nos depositó de golpe en el futuro o en el funeral del siglo XX. Las muertes de Quino y Maradona lo confirmaron. Y con el comienzo del mito de Maradona, la inminente vacuna contra el COVID19 y el “descuarentenamiento”, se dio el inicio indudable del siglo XXI. Grassi nos deja un interrogante como incógnita: ¿Será capaz, la humanidad del siglo XXI, de recuperar algo de la vida social imaginada desde la modernidad que, aunque abortada, incluía la posibilidad del reconocimiento de todes como semejantes?
Por Estela Grassi*
(para La Tecl@ Eñe)
Como el “siglo corto” identificó al siglo XX el gran historiador inglés Eric Hobsbawm. Entendimos con él que la historia no se delimita por períodos cronológicos, sino por los acontecimientos que marcan o alteran su curso de manera extraordinaria. En su interpretación, la Primera Gran Guerra habría dado inicio a lo que vivimos como el siglo XX, que tuvo su época de oro después de la derrota del nazismo, para empezar a decaer con la crisis del Estado de Bienestar keynesiano y de la desaparición de la URSS. Y, entre otras expresiones, la revolución tecnológica también fue incorporada por el historiador en su diagnóstico del final del siglo corto.
Hobsbawm publicó su libro “Historia del Siglo XX” en 1994 -en español, al año siguiente lo publicó el Grupo Planeta-. Todavía faltaba el atentado a las torres de Nueva York, aunque cronológicamente, ya estábamos en el siglo XXI, pero ya entonces el neoliberalismo terminaba con los vestigios de regulación de los mercados, haciendo estragos en la sociedad. Y en adelante, incluso después de su muerte, en 2012, el desarrollo tecnológico que había dado paso a la transformación del sistema capitalista, cada vez más trastrocó nuestras vidas, usos y costumbres.
En términos culturales, de los modos de vida y de socialización, ¿ya había quedado atrás el siglo XX cuando Hobsbawm publicó su historia o estaba en ese trance, mientras la revolución tecnológica cambiaba las más corrientes y cotidianas formas de comunicarnos e interactuar entre los humanos, y mientras nuestras vidas y decisiones podían controlarse cada vez más por los ya famosos “algoritmos”? En ese sentido, ¿la pandemia del COVID19, en este año 2020, no es el funeral de las formas de vida que conocimos quienes traspasamos el milenio y conocimos el Estado de Bienestar o sus parientes bastardos del sur?
Hace tiempo que la trasnacionalización de los capitales y la facilidad de sus movimientos hacen cada vez más difícil a los viejos Estados nacionales, controlarlos y gravarlos; hace décadas que el mundo del trabajo y el trabajo como tal, cambiaron (las relaciones, la organización, los medios para hacerlo). Pero también en nuestra cotidianidad, cada vez más nos fuimos amoldando a nuevos modos de proveernos de las mercancías que necesitamos y de pagarlas (menos efectivo, más tarjetas y cada vez más, mercadopago y código QR, el pariente más evolucionado del código de barras, incorporado a los teléfonos móviles para el consumo corriente). Cambiaron (cambian) a gran velocidad nuestras comunicaciones y cada vez tenemos más “contactos” y “amigues” que, en verdad, desconocemos. Los viejos buzones rojos hace décadas que son objeto de museo y no esperamos ansiosamente cartas, que tardan semanas, de familiares y amigues lejanos. Pero además, el tan amigable correo electrónico va quedando obsoleto, las nuevas generaciones ya no lo usan y menos aún los mensajes de texto (los famosos “mensajitos”), desplazados por el whatsapp. Hace unos días un experto en redes sociales dijo que el “Facebook ya fue”, Instagram va por ahí y les jóvenes pueden movilizarse masivamente conectándose a TikTok hasta lograr la renuncia de un presidente fraudulento, como ocurrió en Perú. Cambió la manera de editar y leer libros. De hacer trámites burocráticos, de pedir información o reclamar por servicios mal prestados: pasamos del teléfono y las diversas opciones de marcado sin un humano al habla, a “nuestra página web http//www.xxxx.xxxx”, en la que nos saluda une robot amigue que tiene, casi siempre (¿o me parece?), nombre de mujer, adelanta opciones y respuestas que no son las que necesitamos, a la que nadie programó para entendernos, pero nos responde con palabras amables que nos hacen sentir un poco tontes.
Las recientes décadas, ¿fueron el nuevo siglo en pañales o la agonía del viejo? Una pregunta retórica y sin importancia, pura ocurrencia, por asociación libre entre la peste del COVID19 y la cuarentena, con Hobsbawm (un respetado académico marxista inglés) y Mafalda/Quino y Maradona (queridos personajes populares argentinos), y porque advierto estos cambios en la vida cotidiana por la simple razón de que son parte de mi experiencia de vida; y lo que dura “una vida” es nada puesta en la línea del tiempo histórico. Pero en el punto insignificante de esa línea en el que transcurre “mi vida” hay, a su vez, un tiempo veloz, que llevó en un suspiro de hacer cola en bancos para cobrar salarios o pagar servicios, a la “cuenta sueldo” y el home banking. De escribir cartas, llevarlas al correo y esperar al cartero, a usar el e-mail (rápido y corto); mensajitos de texto y mandar whatsapp; de salir al cine a Netflix en el living de la casa; de la novela de la tarde a las series por streaming.
Hasta marzo de 2020, esto ocurría rápido, nos dábamos cuenta de que el teléfono de línea estaba ocupando un espacio innecesario, que podemos comprar y leer libros y pappers remotos, movernos por la ciudad o viajar con poco efectivo y hablar por medio del whatsapp mientras nos movemos (a pie o en cualquier medio de transporte).
Pero desde marzo de 2020, la vida que transcurre por hábitos hechos casi reflejos, se detuvo y, al mismo tiempo, aquella alta velocidad devino en vértigo. Desde marzo 2020 debimos aprender a controlar el reflejo de saludarnos con abrazos y besos, “medir” una distancia de dos metros con otres humanos, por muy amigues o parientes cercanos que sean; usar tapabocas; dejar las aulas, las reuniones, los cumpleaños y el gimnasio. Y, lo peor, abandonar las “pijamadas” de nietes en nuestras casas y privarnos de la ternura de que pasen a nuestra cama en mitad de la noche.
Hasta marzo de 2020 la mayoría no conocíamos Zoom ni el meet de Google y no hacíamos videollamadas (o casi). Pero en marzo de 2020, entonces sí, amanecimos en otra era, en otra dimensión y el mundo que conocimos “en el siglo pasado” se nos presenta más remoto. Un mundo al que, pareciera, solo puede transportarnos alguna máquina del tiempo (¿será inventada, también, para que, tal como se imaginara en la serie española El Ministerio del Tiempo, alguna organización secreta reclute agentes para ser enviados al pasado con la misión de evitar que algo o alguien cambien la historia ya transcurrida y detenga el COVID antes de que se haga pandemia?). Desde marzo de 2020 ese bicho invisible (que los científicos llamaron COVID-19) nos depositó de golpe en el futuro o en el funeral del siglo XX.
A los argentinos, sin embargo, este año fatídico aún nos deparaba otros acontecimientos que parecen señales de que un tiempo se acabó: Quino (Joaquín Salvador Lavado) y Diego Armado Maradona murieron este año, el 30 de septiembre y el 25 de noviembre, respectivamente.
Quino creó y dibujó a Mafalda, que aman hasta las Susanitas de carne y hueso que no simpatizan con Diego, el personaje también de carne y hueso que se dibujó solo, con sus gambetas y desde ahora será un mito. Maradona fue revulsivo del poder, como Mafalda de lo instituido (y Susanita y Manolito, denuncia de las grandes y pequeñas miserias).
Por ser de carne y hueso, y morocho y villero, una parte de la sociedad lo rechaza, pero a otra, principalmente aquella que no puede comprar por Mercadolibre porque apenas puede ir al almacén del barrio, Maradona la expresaba. Pero para todos, quiérase o no, sea o no futbolero, le guste o no ese deporte o le cayera mal Maradona, el Diego era una figura, un símbolo, una representación más estable que la moneda nacional, de lo mejor y lo peor, lo que queremos y lo que odiamos los argentinos.
¿A quién se le ocurría que podía morirse como cualquier mortal, y dejar de ser noticia ya no por sus goles, sino por sus “locuras” (lo que hacía) o sus ocurrencias. “Locuras” que a muchos divertían, a otros enojaban, algunos festejaban, otros tantos criticaban, pero que casi siempre destinaba a algún poderoso y, a veces, a sí mismo. Ocurrencias que son definiciones, como aquella referida al barrio de su nacimiento (Fiorito) como “barrio privado… privado de agua, de gas, de luz…). “Su locura” (la que solo su alma conocía), lo mató a destiempo, pero estará como mito, después que se aquieten las aguas de su “funeral maradoniano” y las guerras personales y mediáticas por su herencia y por la guarda legítima del “mito Maradona” queden resueltas.
Pero todo esto viene a cuento porque después de Quino, que dejaba a Mafalda (esa feminista irredenta nacida en una “familia tipo” y clasemediera, pero un poco maradoniana en sus reflejos), faltaba el fallecimiento de Maradona (un tanto machista, aunque muchas de cuyas ocurrencias podrían ser el guión de una tira de Mafalda) para que en este año 2020 se hiciera el funeral del siglo XX. Y con el comienzo del mito de Maradona, la inminente vacuna contra el COVID19, y el “descuarentenamiento” y la vuelta a todos esos trabajos que no pueden hacerse remotos, se diera, al fin, el inicio indudable del siglo XXI.
Cómo será lo porvenir, no lo sabemos. Visto desde el sur, el futuro no es muy esperanzador, a juzgar por los irracionalismos varios que expresan los antivacunas, terraplanistas y antiderechos. Pero estos no serían más que grupos minoritarios de irracionales si no fueran junto a una ideología de la insolidaridad y el egoísmo que impide percibir las insalvables brechas de desigualdad social que se ahondaron en el traspaso de estos siglos, desde que Hobsbawm advirtió que el XX llegaba a su fin. Una ideología negada a algún principio mínimo de comunidad, que pone permanentemente en riesgo la existencia común: la sociedad y la tierra que habitamos.
¿Será capaz, la humanidad del siglo XXI, de recuperar algo de la vida social imaginada desde la modernidad que, aunque abortada, incluía la posibilidad del reconocimiento de todes como semejantes? Es una incógnita.
--------------------------------------------------
*Dra. en Antropología. Profesora Consulta de la Facultad de Ciencias Sociales (UBA). Investigadora del Instituto Gino Germani
No hay comentarios.:
Publicar un comentario