Dialoguitos telefónicos – Por Horacio González
Horacio González imagina un diálogo entre el Doctor Filosoff y el Historiador (personajes ficticios traducibles a personajes reales) quienes trabajan en la escritura del Nuevo Documento del horror oportunista: el Terrorismo Sanitario.
Por Horacio González*
(para La Tecl@ Eñe)
-Doctor Filosoff… ¿no se da cuenta que tipo de gente hay en el país? Nos acusan de que queremos mandar más sentenciados a la hoguera. Esta lucha no acaba nunca. Hay ingratos que se olvidan que los racionales siempre fuimos nosotros. ¿Quién sino nosotros podemos ver detrás de los pretextos médicos, una amenaza a nuestras propias libertades? Alguien debe hablar claro. Y nosotros estamos aquí, para sacrificarnos a favor de la Libertad. Quiero felicitarlo en primer lugar, Doctor Filosoff, por su amor por el libre albedrío… ¡qué pluma! Muy bueno el énfasis en la imposibilidad de despedir a los muertos, en la dificultad para cumplir con los rituales de festejo de cumpleaños, de la invocación a la libertad, palabra siempre conmovedora. ¡Eso es, hay que atacar fuerte! El objetivo son esos cerrojos protocolares que se escudan en los contagios. Gobernar es buscar pretextos, como hubiera dicho Alberdi. Estos miran estadísticas del Indec y chau, ¿se da cuenta Doctor?, y le impedían a los ciudadanos la posibilidad de ir de esparcimiento a la Disco o a correr por los magníficos parques de la ciudad… Los déspotas quieren confiscar nuestros deseos profundos, la sempiterna libertad. Felicitémonos Doctor Filosoff. ¿No vio las colas de la gente que quiere tomar un cafecito en Starbucks? ¡Estamos ganando! Palabras abstractas usted las hace concretas. ¡Un café, por favor! Siéntese, amigo y enseguida lo llamamos por su nombre. ¡Libertad! ¡Libertad!
-Claro, mi estimado, mi querido Historiador. ¿Qué tipo de prohibiciones son esas, que se hacen en nombre de la protección de la vida, el cuidado comunitario? ¡Propio de un gobierno fanático, claro está!
-¡Por supuesto doctor Filosoff!, pero… démosle un nuevo toquecito al Documento. Pongamos a todo esto un nombre mejor, que sea horripilante, que nos estremezca incluso a nosotros. Toquemos los puntos que sean necesarios para adentrarnos en las cavernas del terror.
-Usted lo ha dicho, mi amigo Historiador. ¿No está demostrado que la fiebre amarilla de 1871 fue una maniobra para abaratar el alquiler de los conventillos de San Telmo y obligar a la gente buena a emigrar?
-Sí, usted está bien informado, Filosoff. Hay documentos… ¿No vio ese cuadro donde una mujer, seguramente una ocupante ilegal del predio, le da tranquilamente la teta a un niño, descansado cómodamente en el suelo? ¡Y encima pasan unos respetuosos señores con galera y se la sacan para saludarla! ¡Qué país! ¿Usted, amigo Filosoff, no ve con todo lo prístino de sus profecías, que nos amenazan todos los días, que Ellos nos provocan con el número de contagios para quitarnos la sacralidad de los contactos diarios, el ósculo en la mejilla de nuestros ancianos y niños? Por eso, no perdamos el hilo de la palabra siniestra que debemos escribir en nuestro próximo Documento. Ya con Infectadura creamos bastante espanto, pero no alcanzó. Logramos que mucha gente quede indisimulablemente molesta, por el cambio de los rituales domiciliarios, laborales, o fúnebres -fíjese lo que le digo-, es decir, las alternativas de la vida en su manifestación más espesa. Conseguimos que se dieran cuenta que todo, todo, desde la tragedia al deleite, ¡todo estaba sometido a un encarcelamiento ordenado por la Tiranía! ¡Qué barbaridad!
-Ya lo tiene, Filosoff, un esfuerzo más y sale. Dejemos bien sentado el prestigio del liberalismo en su versión renovada, bien liberticida. Digamos algo por lo que valga la pena enfermar más vidas. Nuestros aliados son los cansados, los superados, no solo el buen pueblo, no solo los que quieren ir a tomar cerveza a la esquina, sino la gente correcta que tiene amarrado el yate en San Fernando y no puede salir -aunque de todas maneras salgan- y el disciplinado trabajador en general, que pide tomar el ómnibus a las 5 de la mañana y entrar puntuales a la fábrica. ¡Qué épocas, doctor! Le tiro esta: “Sanitadura”. ¿Qué le parece?
– Pare…, pare…, ese concepto está bueno. Está Bueno, Buenos Aires, jé, pero hay que agregarle, como usted mismo dijo, el mencionado elemento horrorizante ¿Le parece que la gente común en nombre de la que actuamos, va a comprenderlo? No corramos riesgos. ¡Claridad, claridad!
-¿Bonapartismo Médico?
-La veo difícil.
¿Cesarismo de los Enfermeros?
-Poco comprensible. ¿Infectocracia Represivo-Cientificista?
-Se parece a la que ya usamos. Reconozco que son imaginativas, pero les falta ese no sé qué, eso que cause pánico, que sea como el virus que infecte de verdad, pero con la palabra, que sean consignas jacobinas y que derramen terror.
– ¿Terrorismo?
– Eso mismo, Terrorismo… ¡Terrorismo Sanitario! Tal cual, doctor. “Estamos sometidos a un régimen de terrorismo sanitario que recuerda las etapas más negras de la nacionalidad”. ¡Correcto! ¡Correcto! Como dice una de nuestras mayores aliadas en la televisión. Y es un primer esbozo.
-Claro que la frase puede mejorarse. Tenemos magníficos escritores entre nosotros. “Estamos sometidos a un brutal régimen de terrorismo sanitario que recuerda y supera el que en décadas pasadas afligió a esta ciudadanía oprimida, que los libertarios rescataremos de las garras del cientificismo y de la vacunocracia”.
– ¡Mmmm! El concepto está, lo felicito doctor Filosoff, hará historia. Se lo digo como profesional de esa disciplina. ¿Pero no hay demasiados adjetivos? Sigamos trabajando, una última pulidita y lanzamos nuestro nuevo Documento. Una vez que salga se lo damos a Luisito para que lo lea por televisión. Un toque de ternura es imprescindible. Y cuando nosotros volvamos a la verdadera Ciencia luego de esta incursión necesaria en las artes de la política… ¡nos vamos a morir de risa!
*Sociólogo, escritor y ensayista. Ex Director de la Biblioteca Nacional.
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