Martín Kohan sostiene en este artículo que la actual crisis de Messi en Barcelona supera el ámbito de lo futbolístico ya que afecta la ilusión argentina del primermundismo, una especie de mitología que falla y se descompone después de una larga mostración de solvencia.
Por Martín Kohan*
(para La Tecl@ Eñe)
El primermundismo en el imaginario argentino es algo más que una ambición, una ilusión, un deseo futuro. Funciona en ese imaginario más bien como una especie de paraíso perdido; algo que, más que conseguirse, habría que restituir; algo que, más que alcanzar, habría que recobrar. Como si el primermundismo fuese una condición consabidamente argentina, o en todo caso un destino a todas luces inexorable. Y por ende, un privilegio adquirido pero inexplicablemente desencontrado; un estatuto garantido del que nos vimos misteriosamente despojados. Cualquier postulación de un primermundismo argentino cobra así un carácter de verdad restablecida y es imaginariamente sentida como una reparación que por fin llega. La Argentina en el primer mundo: las cosas en su lugar.
Ese mito resulta notoriamente eficaz. Sin él, según creo, no habrían tenido la efectividad que tuvieron las promesas del menemismo (pertenecer al primer mundo, mantener relaciones carnales con Bush, pretender que equivalieran un peso argentino y un dólar); ni tampoco, por mencionar otro gobierno nacional conservador, habría tenido tanta efectividad la propuesta macriana de “volver al mundo” (volver, sí, como quien regresa pero allí donde pertenece; y al mundo, sí, pero al primero, el de verdad).
Por eso ha sido tan importante, incluso fundamental, la presencia rutilante de Lionel Messi en Barcelona. Porque confirmaba ese núcleo constitutivo del imaginario argentino, y lo ponía a funcionar de hecho. Messi no conquista el primer mundo desde abajo, eso lo hizo Maradona (y lo hizo incluso, proeza mayor, desde el abajo del primer mundo, el sur de Italia). Messi, en cambio, sin dejar de ser argentino, sin ceder un ápice del acento rosarino, pertenece. No irrumpe ni se inserta, es de ahí. No es un argentino en el primer mundo, sino un argentino del primer mundo. Concreción real del destino patrio. Y en consecuencia, el mejor de todos, lo que se da por supuesto. Sus fracasos en la Selección Nacional, aunque apenaran a sus hinchas, no hacían sino ratificar el mecanismo. Devuelto a la argentinidad de origen, mermó una y otra vez su rendimiento; la estampa deprimente de sus caminatas solitarias en plena cancha y pleno juego, sus pasos cortos y su cabeza gacha, expresaban patentemente ese hecho: la fatal trabazón argentina, sus bloqueos, sus impedimentos, sus taras. Apenas regresado a Europa, de nuevo en el lustre palaciego de las veladas paquetas del Camp Nou, los tiros libres dejaban de irse a las nubes y volvían a clavarse en el ángulo, las gambetas dejaban de chocar contra los macizos defensores y volvían a despatarrarlos como marionetas o extras cinematográficos, el Messi taciturno levantaba la cabeza y volvía a sonreír.
Es por eso que la actual crisis de Messi en Barcelona afecta hasta tal punto todo un orden de cosas, porque no es apenas un asunto del fútbol (ni siquiera el fútbol lo es). No es apenas una salida del club, como pudo serlo la de Maradona o la de Juan Román Riquelme. Es el colapso posible de un imaginario y su mitología, que fallan y se descomponen después de tanto haber funcionado, que tiemblan y se resquebrajan después de una larga mostración de solvencia. No sabemos cómo se resolverá esta crisis, pero no va a diluirse así sin más la zozobra de estos días: la del Messi del ocho a dos, el Messi que no se sobrepone a la adversidad ni lidera la remontada de su equipo si el viento no sopla a favor, el Messi que deserta de un Barcelona por primera vez debilitado, el que refunfuña y se encapricha y prefiere mandarse a mudar. Messi fuera de lugar en su lugar. Un argentino (ese argentino) desencajado.
*Escritor. Licenciado y doctor en Letras por la Universidad Nacional de Buenos Aires
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