La incursión brumosa de Duhalde por el programa Animales sueltos, anunciando la no realización de las próximas elecciones y la posibilidad de un golpe de Estado, es lo que los medios de comunicación hegemónicos necesitaban que dijera, ya que son los medios los que cotidianamente traducen las tortuguitas fugitivas de Duhalde en dosificaciones progresivas de la idea de desestabilización institucional.
Por Horacio González*
(para La Tecl@ Eñe)
Políticos enigmáticos hubo muchos. De palabra a veces bondadosas pero que escondían truculencias. De afirmaciones a veces enérgicas que dejaban flotando la disyuntiva de la represión o de darle más vigor a las garantías democráticas. La media palabra o la afirmación ambigua son parte del arte de la política, cuando se lo encara de un modo menor y costumbrista. Al propio Yrigoyen se le dijo el hombre del misterio, porque entre otras cosas su formación conspirativa lo había dotado de extremas cautelas en el discurso y cierto misticismo que es evidente que originó a su alrededor una devoción que, dilapidada como está, los historiadores profesionales o simplemente los memoriosos de la historia se dedican a recordar.
En cuanto a Perón, él mismo se definió como el hombre del destino, lo cual le daba también un aire a veces inescrutable, que desaparecía cuando se volcaba a los grandes discursos en plaza púbica. Todos saben que lo que llamó condición política implicaba la custodia de ciertos arcanos. Que surgían del peso que tenían los interlocutores, contradictorios entre sí. Todos tenían un peso, aunque desigual. De ahí que cada palabra empeñada, parecía dirigida a todos, pero siempre había un énfasis que según su espesor, estaba dirigido a crear un entusiasmo superior en tal o cual fracción. A ninguno de estos líderes podría adjudicarse el sentido de la comedia, la espectacularidad cosmética y la imitación en doblez de grandes episodios históricos anteriores. Esto es lo que se convierte en la base de las reflexiones de Marx sobre Bonaparte III, el autor del golpe de Estado de diciembre de 1851, con el cual disolvió la Asamblea Nacional y se declaró posteriormente de su elección como Presidente, Emperador de Francia. El título fue refrendado plebiscitariamente.
Lógicamente, esa figura interesante y burlesca, era portadora de una doble destinación. El apellido, pues era hijo del hermano menor del Bonaparte original. Y su interpretación de la política como una gran aventura imperial con un apoyo de un importante sector popular campesino, al que se dirigió con su famoso escrito “Sobre el pauperismo”. Su nombre da origen al bonapartismo como un régimen de estado que representa el “destino nacional” por encima de las clases, fracciones y singularidades sociales. Como los actos de gobierno y su institucionalidad hacen descansar su justificación en una gran leyenda nacional -en nombre de la cual se anexa a Vietnam y a México, además de la ya colonizada Argelia-, y se realiza un controvertido gobierno plebiscitario, que por un lado admite el derecho de huelga, así como proyecta la modernización compulsiva de la economía, y por otro lado logra una urbanización destinada a contener las luchas sociales. Marx vio en ese tercer Bonaparte un aspecto caricaturesco, que sin duda abundaba, aunque no llamó bonapartismo a ese estilo de gobierno -el nombre apareció después-, pero lo avocó bajo el signo de interpretar la vida política como una gran escena teatral. Y así dejó el escrito más importante que enseñaría como era posible realizar un análisis de los puntos más dramáticos con que se mueve escénicamente la conmoción social. Marx pensó este régimen como lo contrario a una sociedad que ofrecía nitidez en sus formas de conflagración social, con total opacidad en el reconocimiento de las identidades sociales. Escribió entonces, operísticamente y bajo la notoria influencia de varias piezas de Shakespeare. Algunos mencionan a Coriolano, otros de Enrique IV, por su lado cómico grotesco. Pero la esencia satírica de Napoleón III la resume en la frase “su gobierno precisa dar un golpe todos los días”
Qué tiene que ver con todo esto la incursión de Eduardo Duhalde por los grandes medios, declamando la poesía del caos y el fin del ciclo de las autoridades electivas, o cómo decirlo de otra manera, la rebelión popular, el que se vayan todos, el decimoquinto presidente militar desde 1930 -creo que la cuenta está mal hecha, no solo numérica sino conceptualmente-, la propuesta de considerar a Brasil un gobierno cívico-militar (ahí la pegó), las dudas sobre las próximas elecciones parlamentarias, el gobierno de los Carabineros en Chile, el llamado al consenso, el aquelarre que describe con la tímida excepción de Alberto Fernández, algo peor que el 2001, y otros dichos que mezclaban la forma absoluta del delirio con detalles de un testigo apasionado. Los días del 2001, por lo menos, los conoce bien. Este desquicio político, expositivo y personal fue reconocido parcialmente unos días después, auto declarándose transitorio poseedor de una psicosis de época o un distraído con su propia tortuga, a pesar de las reconocidas lentitudes de este animalejo que alguna vez le pudo ganar a Ulises. En el caso de Duhalde es una o paradoja más grave. Es la propia tortuga la que habló por él.
¿Y qué dijo? Hablando con su segura tardanza, dijo todo lo que los medios de comunicación dicen de la misma forma que él, pero a través de otro tipo de animales sueltos, más rápidos que las tortugas, pero mucho más confusos que ella. Animales legendarios, como los que salieron de sus oscuros refugios por la retracción de la actividad productiva humana, como la musaraña, el tiburón blanco, el ciervo de río, el tigre melancólico. Ya venían voceando con entusiasmo vehemente y confusión en ristre que la cosa no da para más, que sin economía no hay vida, que la libertad solo existe en el Obelisco, que San Martín cruzó con sus granaderos las Avenidas Santa Fe y Coronel Díaz diciendo que haya muchos bocinazos y que lo demás no importa nada. Ahora bien, el atlas golpista de Duhalde es un collage de toda la memoria golpista de las últimas décadas, contada por un abuelito anacrónico. Eso precisaban los Medios que son ahora totalmente Enteros (enteramente armoniosos con la idea de “o nosotros o el caos”), y dejaron que una raída tortuga llegada trabajosamente de los suburbios, bajando solo un poco más rápido la parte de Lomas, ayudada por los declives del terreno y que cruzó el Riachuelo pensando cosas raras que no acaban de redondear en su memoria, abrió con su “o yo o el caos”. Todo estaba bien, pues como Bonaparte Tercero, ellos también precisan “un golpe todos los días”.
No le iban a hacer caso a ese Yo de tortuga, ya abolido por todas las teorías deconstruccionistas de Aquiles, que al final le ganó raudamente la carrera que el pobre Zenón había resuelto al revés, para admiración de los raudos Morales Solá, Pagni, Bonelli, que cotidianamente traducen las tortuguitas fugitivas de Duhalde en dosificaciones progresivas de la idea de desestabilización institucional. Como son hijos del objetivismo absoluto, no crean ellos la desestabilización, sino que la ven con sus periscopios analíticos en la verdad de lo real. Pero como la gente es escéptica sobre la verdad del caos que ellos comprueban con sus ojos de lince -otro animalito suelto de ideología libertaria-, también aprecian que una leyenda arcaica sea contada con el prestigio de la senectud, del olvido y de un desarreglo argumental confesado, para validar todo un esquema ya imaginado o en ciernes. La peripecia de la tortuga enreda en sus argumentos, el viejo golpismo militar con el Coronel Díaz Salvador de la Patria, así que viene bien que hable. Que hable, sí, para dejar paso al indefinido protoplasma del golpismo real, el que ocurriría golpeando las débiles paredes de la sociedad, alarmando con noticias tormentosas, anunciando devaluaciones y corridas cambiarias en todos los hipódromos del país, y nuevas fórmulas de sacudones institucionales horadando todo por dentro con tecnologías judiciales, mediáticas, financieras, más efectivas que lanzar petardos de “guerra civil” mientras se desliza sin barbijo bajo el ojo cuidadoso de Zenón, un filósofo golpista a la antigua.
Por supuesto, con las declaraciones de Duhalde no da para escribir el 18 Brumario de Napoleón III. Sus declaraciones son huecas y hablan de cosas improbables, consigna cuestiones tremendas advirtiendo que son preocupaciones y bondadosas advertencias. Luego se declara fuera de juicio casualmente en esos breves momentos en que sucedieron sus declaraciones. Desde luego, son inverosímiles. Pero toda inverosimilitud ayuda a la verosimilitud, plena de gravedad, que lentamente se está amasando en una era donde proliferan los golpistas de fina estampa. Caballeros preparados para detener el desorden del que jamás nadie diría que son íntimos partícipes. Ahora no, esta es la etapa de los manosantas, los videntes desencajados, los manufactureros de memes insultantes y los intérpretes del destino mirando las arrugas de la mano. Un ratito precisó el caparazón de Duhalde. Y un ratito le dieron. Pero el caparazón, si lo plantan en el momento oportuno, podría anunciar el imaginario desquicio, pero es precisamente lo que limita el movimiento de la tortuga. Ellos en cambio piensan actuar con otras máscaras, más flexibles y tortuosas.
De tal modo, la incursión brumosa de Duhalde no es la del 18 Brumario. Pero se lanza como una señal, una evidencia en busca de su propia develación, que no estará a cargo de los oráculos de Obelisco, sino de los programadores de alteraciones nefastas en la vida de las naciones, para las cuales tienen nombres edulcorados y una desfachatez propia de lo que ya no tiene lastre alguno que les impida decir lo que quieren. Llamar libertad a la opresión y dictadura al cuidado de la vida. Niños malvados, dan vuelta la tortuga que no sabe volverse otra vez patas para abajo. Por lo que podemos percibir en este sobrevuelo panorámico ante una realidad problemática, se justifica que el gobierno y sus múltiples apoyos, trasunten una mayor reacción, respuestas públicas adecuadas y vigorosas ante los que los hijos y sobrinos del 18 Brumario ya han logrado, doblar el concepto de “preferimos la vida”.
*Sociólogo, escritor y ensayista. Ex Director de la Biblioteca Nacional.
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