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4/03/2020

presión evolutiva

El nuevo coronavirus mutó y seguirá mutando

Es parte de su naturaleza y, aunque ya ha habido algunos cambios en su genoma, no han sido significativos como para tener un impacto real en su letalidad o virulencia, pero especialmente en la velocidad con la que se produzca la primera vacuna.

MARÍA ISABEL CAPIELLO



Representación del coronavirus. Sus protuberancias le dan el característico nombre. Crédito: Wistar Institute

Suena a película de ciencia ficción, pero es una verdad irrefutable: los virus mutan. ¿Ha mutado el SARS-CoV-2, desde que nos enteramos de su existencia hace pocos meses? Sí, más de una vez. ¿Seguirá mutando? Posiblemente. ¿Debemos preocuparnos por eso? No necesariamente, pero sí vigilarlo.

El nuevo coronavirus que tiene al mundo de cabeza -cuyo nombre oficial es SARS-CoV-2- está formado por varias cadenas de ácido ribonucleico (ARN), que es el equivalente a su ADN.

Tiene un genoma muy largo: con 29,891 nucleótidos, el doble que el de la influenza. Pertenece a la misma familia que el SARS, causante de la pandemia de 2003 y se le parece en un 89%, pero esos cambios le han permitido sobrevivir, transmitirse y “florecer” en esta pandemia. Es menos mortal, pero mucho más contagioso.

Virus con ARN “mutan todo el tiempo, es parte central de ser un virus”, explica el microbiólogo de la Universidad de Yale Nathan Grubaugh en un hilo de Twitter donde intenta desmitificar el tema de las mutaciones. “La mayor parte de estos cambios no hacen nada”, aclara.



Conforta saberlo, porque por ahora hay registro de que el nuevo coronavirus ha mutado en promedio dos veces por mes, aunque todas esas “versiones” (no cepas como tal) son muy similares entre sí. Eso da indicios de que este nuevo coronavirus muta lentamente, explica a USA Today, Charles Chiu, profesor de enfermedades infecciosas de la Universidad de California.

“No muta muy rápido. Es entre 8 y 10 veces más lento que el de la influenza”, explica a USA Today, Kristian Andersen, profesor de Scripps Research, una organización sin fines de lucro enfocada en ciencia biomédica.

Hay apenas entre 4 y 10 diferencias genéticas entre las cepas que han infectado a personas en EEUU de la que inicialmente se vio en Wuhan, explica Trevor Bedford, especialista en vacunas, en un hilo de Twitter.

“Es relativamente un pequeño número de mutaciones para haber pasado por un grupo tan grande de personas”, recalca.


Hasta ahora, no se ha encontrado ninguna mutación asociada a una mayor virulencia, letalidad o a alguna propiedad importante.

Tampoco se espera que mute a una versión más mortal ya que, en pocas palabras, no tiene necesidad. “Ya es lo suficientemente bueno transmitiéndose entre portadores humanos que no tiene presión evolutiva por evolucionar”, recalca Andersen a USA Today.

Cambios menores


Su baja velocidad de mutación juega a nuestro favor: facilita el diseño de una vacuna y la comprensión de este virus. "Si el virus no cambia es más fácil encontrar posibles soluciones", dice a BBC Mundo Tarik Jasarevic, vocero de la Organización Mundial de la Salud (OMS).

Con la influenza, la alta mutación del virus obliga cada año a diseñar una nueva vacuna porque el organismo va perdiendo la inmunidad a las nuevas versiones del virus.

Con base en lo que se sabe del SARS-CoV-2, Trevor estima que al virus le tomaría años como para “inhibir significativamente” el efecto de una vacuna.

“A este punto el índice de mutación del virus sugiere que la vacuna podría ser una única en vez de una estacional como la de la gripe”, puntualiza Peter Thielen, genetista molecular de la Universidad Johns Hopkins aldiario The Washington Post.

El virus de la influenza muta mucho más rápido, por lo que cada año se hace necesaria una nueva vacuna. Esto ocurre porque el cuerpo humano deja de ser inmune a la nueva versión del virus.

En un hilo de Twitter, el biólogo especialista en vacunas Trevor Bedford calculó que con base en las mutaciones ocasionales que podría tener el SARS-CoV-2, al virus le tomaría “algunos años en vez de meses” mutar lo suficiente como para " inhibir significativamente" el efecto de una vacuna.

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