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4/05/2020

en casa trabajo y el trabajo en casa

La filosofía en cuarentena – Por Roque Farrán

En tiempos de coronavirus y cuarentena Roque Farrán nos propone transitar una práctica de la filosofía más ajustada a nuestras condiciones actuales de existencia: compartir lecturas, escrituras, ejercitarnos en meditaciones, etc. Cualquiera puede devenir filósofo, en tanto practique un modo de subjetivación ligado a una verdad que lo implique en acto.


Por Roque Farrán*
(para La Tecl@ Eñe)

Un amigo comenta un poco fastidiado que ya leyó el ultimísimo análisis filosófico acerca del coronavirus. En parte lo entiendo: tiene razón en sentirse insatisfecho por los materiales de lectura que se acumulan bajo nuestros pies (en realidad en nuestras computadoras, pero permítaseme el forzamiento de la imagen) mientras avanzamos inexorablemente de espaldas hacia un futuro incierto, como el ángel benjaminiano de la historia. La filosofía, exigida a responder por la urgencia en nombre de sus ilustres representantes, no hace más que exponer la impotencia de saberes reciclados sin poder elevarla todavía a la imposibilidad que nos afecta (así definía Lacan la operación clave del análisis: transformar la impotencia en imposibilidad). Se nos vuelve imprescindible entonces la filosofía práctica, la práctica de la filosofía (junto al psicoanálisis): la que se calla y escucha, lee y escribe, sin pretender ser original ni ostentar ninguna lectura sorprendente: simples ejercicios materiales para soportar el presente de la mejor manera posible.

Hace no mucho los filósofos se habían cargado los crímenes del siglo veinte sobre sus espaldas y habían decidido declararse culpables; demasiada omnipotencia del pensamiento y credulidad, señalaba Badiou. Asimismo, el maestro francés trataba de reactivar un deseo filosófico más modesto pero sistemático, volcado sobre prácticas y condiciones no filosóficas: arte, ciencia, política y amor. Hoy de nuevo nos somos convocados a responder por todo y por todos, y ya observamos elevarse nuevamente los tribunales que juzgan nuestra insuficiencia para resolver los problemas mundiales. Delirios mediáticos y de histeria en redes. Los filósofos, por supuesto, como todo el mundo tenemos derecho a opinar, lo cual no quiere decir que nuestros enunciados sean filosóficos en todo momento. Para no entrar en la lógica de juicios y castigos apresurados, propongo transitar una práctica de la filosofía más ajustada a nuestras condiciones actuales de existencia: compartir lecturas, escrituras, ejercitarnos en meditaciones, etc. Cualquiera puede devenir filósofo, en tanto practique un modo de subjetivación ligado a una verdad que lo implique en acto. No es necesario convocar a ningún genio iluminado que nos explique hacia dónde nos dirigimos y cuál es el sentido último del mundo; sino apenas compartir con amigos, compañeros y maestros eventuales, que están movilizados por el mismo deseo, aquellos pensamientos que permiten interrogarnos y constituirnos a nosotros mismos. Cuidar de nosotros es cuidar de los otros, como bien dijo Alberto.

Seguir en cuarentena entonces es muy importante. Proteger a quienes están en situación de riesgo es muy importante. Amonestar a quienes se hacen los vivos es muy importante. Permanecer calmos y mesurados, atentos para escuchar a los otros, es muy importante. Asistir, investigar, encontrar urgente la vacuna o el remedio, sin dudas, es muy importante. Hacer de la necesidad virtud y aprovechar la anomalía del confinamiento para vacunarnos contra la propia estupidez, enfrentados a ella cara a cara y sin escapatoria alguna, también es muy importante. La filosofía práctica es justamente eso, incluso más práctica que el psicoanálisis en este punto. Sobre todo ahora que no hay presencia del analista que haga de semblante y tenemos que arreglárnosla con los medios virtuales. Medios que hacen más patentes que nunca la virtualidad de los semblantes, y que lo real pasa por otro lado. Siempre me pareció excesivo pensar la filosofía como una cosmovisión o una forma de vida, prefiero tomarla como una serie de ejercicios materiales concretos que, a través de la lectura, la escritura, la meditación, las pruebas y la escucha, permiten constituirse a sí mismo. No hay filosofía vieja o nueva, la filosofía siempre ha sido la misma y sus efectos dependen de cómo y para qué se lee. Estamos a tiempo, este es el tiempo: por más perdonados que estemos por el papa y la iglesia, si no alcanzamos la eternidad en un instante, lo mismo daría acabar en el infierno.

El viejo lema peronista “de casa al trabajo y del trabajo a casa” se ha actualizado e intensificado abruptamente, ahora es: “en casa trabajo y el trabajo en casa”. Si esto no es elevar la política de los cuidados a paradigma ejemplar, hacer de la necesidad virtud, no sé qué otra cosa sería. Lo público y lo privado, el individuo y lo colectivo, lo finito y lo infinito, la ética y la política se entrelazan. Igualmente, en este momento, es como si toda la materia estuviese sometida a un punto de presión y condensación máxima, a punto de reventar: o nos transformamos o desaparecemos. Podríamos preguntarnos, en consecuencia, respecto a la finitud: ¿El ser-para-la-muerte o el ser para la muerte? La diferencia sutil de escritura (con o sin guiones) muestra que el ser puede estar orientado y subordinado al amo absoluto o puede pararlo y usarlo como consejero. Otro tanto pasa con el sí mismo: puede abismarse en un individualismo mortífero en el que el superyó no cesa de demandarle cosas y escupirle palabras, o puede constituirse como punto nodal descentrado que distiende y redistribuye las palabras y las cosas en un proceso de subjetivación infinito. Lo cual puede habilitarse a través de diversos procedimientos: artísticos, científicos, psicoanalíticos, políticos, etc.

No obstante, ahora que se liberan obras de arte y pensamiento, es importante saber algo crucial: su costo sigue siendo inaccesible para quienes se limitan a consumirlas en función de la lógica del valor y sus pre-supuestos. Cualquier obra que toca una verdad transmundana se conecta con el infinito actual y prescinde de aquellos. Una cita con o del infinito no tiene precio, su costo se evalúa en función del grado en que el sujeto renuncia a su estupidez espontánea. Así lo expone Badiou: “Lo infinito sirve para que el ser humano no esté condenado a su pequeña vida mortal. Mediante el arte, las matemáticas, la creación, el amor también, el ser humano es capaz de cosas que tienen un valor infinito, a su manera. Somos capaces de infinito. Una obra de arte contiene una promesa de infinito. No digo que estemos siempre en lo infinito, rara vez estamos allí. Vivimos el encanto del mundo finito, pero somos capaces de infinito en el pensamiento y en la creación. Si no fuéramos capaces de eso, el mundo sería de todos modos más triste y mucho menos interesante”.

El psicoanálisis es clave también en esta empresa materialista que ha de producir el entrelazamiento justo y solidario entre diversas prácticas e instancias. El problema es que está de moda, entre algunos psicoanalistas menores, hablar en contra de la eternidad. Por supuesto, se trata para ellos de asumir una posición netamente sofística de juego lenguajero y contingencia burda para tratar cualquier cosa. No soportan lo real y no tienen idea verdadera de nada; “viven sin idea”, diría Badiou, y por eso resultan ser sirvientes sufridos de los dispositivos institucionales en los que encuentran su lugar. La eternidad no tiene nada que ver con la duración ni con las esencias de las cuales los estultos se burlan; la eternidad es la esencia absolutamente singular que se capta en un instante de peligro, cuando se asume lo real en juego, en cualquier lugar donde toque en suerte.

Recordemos cómo finalizaba La comunidad organizada de Juan Domingo Perón, entre Hegel y Spinoza, conciliando el individuo y la colectividad, la espiritualidad y la materia, la libertad y el bien general, el instante y la eternidad:

“Al principio hegeliano de realización del yo en el nosotros, apuntamos la necesidad de que ese “nosotros” se realice y perfeccione por el yo. Nuestra comunidad tenderá a ser de hombres y no de bestias. Nuestra disciplina tiende a ser conocimiento, busca ser cultura. Nuestra libertad, coexistencia de las libertades que procede de una ética para la que el bien general se halla siempre vivo, presente, indeclinable. El progreso social no debe mendigar ni asesinar, sino realizarse por la conciencia plena de su inexorabilidad. La náusea está desterrada de este mundo, que podrá parecer ideal, pero que es en nosotros un convencimiento de cosa realizable. Esta comunidad que persigue fines espirituales y materiales, que tiende a superarse, que anhela mejorar y ser más justa, más buena y más feliz, en la que el individuo pueda realizarse y realizarla simultáneamente, dará al hombre futuro la bienvenida desde su alta torre con la noble convicción de Spinoza: “[Sentimos,] experimentamos que somos eternos”.”

Tenemos que recuperar ese gesto materialista.

*Investigador Adjunto (CONICET). Miembro del Programa de Estudios en Teoría Política (CIECS-UNC-CONICET)


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