Los países de Europa del Este abrazaron acríticamente el capitalismo liberal occidental. Hoy, asisten a la crisis profunda de ese modelo y hay quienes aprovechan para llevar agua al molino autoritario. ¿Qué pasa en esa parte de Europa a la que nunca se le presta la suficiente atención? Ivan Krastev, reconocido politólogo e intelectual búlgaro, analiza la situación política de Europa del Este en esta entrevista.
Usted llama los 30 años posteriores a la caída del muro de Berlín la «edad de la imitación», cuando los Estados nacionales de Europa central y oriental se suponía que debían imitar a las democracias liberales de Occidente en lugar de seguir su propio camino. ¿Cómo habría sido un verdadero modelo de desarrollo de Europa del Este?
Al finalizar la Guerra Fría, el capitalismo democrático se convirtió en sinónimo de modernidad, por lo que no tiene nada de extraño o equivocado que las sociedades de Europa del Este decidieran imitar las instituciones y los estilos de vida occidentales. Lo que me parece preocupante es que nos hayamos sorprendido tanto de que se haya producido una reacción contra la política de imitación precisamente cuando el modelo liberal entró en crisis en el propio Occidente y, al mismo tiempo, las sociedades de Europa del Este tuvieron la sensación de que se las trataba como discípulos que nunca podrán graduarse.
¿Cuánto peso tuvo la política de Occidente en el rumbo tomado por Europa central y oriental y cuánto se debe a factores endógenos? ¿Hubo una suerte de engaño o estaban realmente ansiosas por convertirse en Estados y sociedades de estilo occidental?
Sería injusto culpar a Occidente del fracaso de las democracias de Europa del Este. Pero sí podría culparse a Occidente por la falta de curiosidad ante la compleja transformación que vivió esta región de Europa. Incluso los analistas occidentales más empáticos parecen no darse cuenta de que la crisis democrática en lugares como Rumania o Bulgaria es en gran medida resultado de la decepción popular con las democracias occidentales y los sistemas que anteriormente estos países habían admirado e intentado emular.
Cuando el primer ministro albanés, en medio del debate del Brexit, comentó por televisión que la Cámara de los Comunes le recordaba al Parlamento bosnio, intentaba transmitir la idea, compartida en toda la región, de que la desarticulación simultánea de las normas e instituciones democráticas en el Este y el Oeste son expresiones de la misma crisis subyacente.
¿Aprendieron la lección los liberales arrogantes de antaño?
Hoy la mayoría de los liberales están enojados o asustados. Se sienten traicionados por la historia o, para ser más precisos, por la idea del «fin de la historia». A fin de aprender la lección, deben estar preparados para reconocer que no todo lo que sus críticos dijeron estaba errado.
¿Es definitivo el fracaso del liberalismo en Europa del Este, teniendo en cuenta que el éxodo de personas jóvenes y formadas perjudica las posibilidades de los partidos liberales?
Los temores demográficos desempeñaron un papel fundamental en el surgimiento de los regímenes políticos antiliberales de la región. En las sociedades del Este, que envejecen y se reducen demográficamente, muchos jóvenes están convencidos de que si quieren vivir en un país democrático, lo mejor que pueden hacer es irse al extranjero en lugar de luchar por cambiar el gobierno.
Pero, al mismo tiempo, sería un error hablar del fracaso definitivo del liberalismo en la región. Lo que presenciamos es el resurgimiento de un nuevo liberalismo pospopulista, como resultado de la experiencia de sociedades que viven bajo paradigmas populistas. Este liberalismo es diferente del liberalismo imitativo de los años 90. Por ejemplo: el presidente de Eslovaquia y el recién electo alcalde de Budapest no hablan inglés; hablar idiomas extranjeros era uno de los símbolos del nuevo liberalismo de Europa del Este.
¿Por qué el fantasma de la inmigración masiva es un relato tan poderoso para los líderes populistas de Europa del Este, mientras que probablemente la mayor amenaza para sus sociedades es la emigración masiva?
Como George Steiner escribió una vez, «los árboles tienen raíces, mientras que la gente tiene piernas», y la gente usa sus piernas para irse a lugares que le parecen mejores, donde cree que podrá vivir una mejor vida. Los europeos del Este somos muy conscientes de esto porque somos migrantes. Paradójicamente, la hostilidad de los europeos orientales hacia la inmigración es producto del trauma provocado por la huida de muchos de sus compatriotas que decidieron abandonar el país, y del temor a la diversidad étnica presente en el ADN de los Estados de Europa oriental. Ese temor se originó con la desintegración de los imperios continentales multiculturales de Europa –Habsburgo, Otomano y Soviético–.
En el siglo XX, las revoluciones, las guerras mundiales y las olas de limpieza étnica cambiaron el mapa étnico de Europa. Todos estos traumas y trastornos dejaron atrás una Europa cuyos Estados y sociedades son más homogéneos étnicamente, y no menos. En el siglo XX, la homogeneidad étnica se pensó como vía para reducir las tensiones, aumentar la seguridad y fortalecer las tendencias democráticas. Las minorías eran vistas con desconfianza.
La homogeneización étnica es particularmente visible en Europa central y oriental. En 1939, casi un tercio de la población de Polonia no eran polacos étnicos: había importantes minorías alemanas, judías, ucranianas, entre otras. Hoy en día, los polacos étnicos representan más de 95% de los ciudadanos polacos. En este rincón de Europa, muchos consideran que la homogeneidad étnica es esencial para la cohesión social.
Sin embargo, el siglo XXI está aportando más diversidad. Si el siglo XX fue en Europa el siglo de la pureza, el siglo XXI es el de la mezcla étnica. Detrás del desafío de la migración al que los países de Europa central y oriental se ven enfrentados, existe un desafío intelectual: para hacer frente con éxito a la migración, estas sociedades tendrán que desaprender lo que muchas de ellas todavía ven como la principal lección del siglo XX: que la diversidad étnica y cultural es una amenaza para la seguridad.
La reputación del liberalismo en la región nunca se recuperó de la crisis de 2008. ¿Podría una reforma integral del capitalismo quitar el viento en las velas populistas, o ya zarpó el barco?
Cuando terminó la Historia y comenzó la Era de la Imitación, en 1989, el Este se enamoró del Oeste. Simultáneamente, y en parte como resultado, el Oeste se enamoró de sí mismo. Halagados por el deseo del Este de rehacerse según el modelo de Occidente, los legisladores occidentales perdieron toda perspectiva crítica sobre las deficiencias de sus propias sociedades.
Ahora quedó claro que el cambio de modelo económico es una condición previa para restablecer la confianza de los ciudadanos en la democracia liberal. En la segunda mitad del siglo XX, la democracia logró domar al capitalismo; en el siglo XXI no ha podido hacerlo. Pero el cambio de modelo económico no va a significar el retorno de las políticas económicas del periodo socialdemócrata clásico. La nostalgia no es tan poderosa como para volver el tiempo atrás.
¿Sigue siendo optimista respecto del proyecto europeo, o lo hemos echado a perder?
Lo que optimistas y pesimistas comparten es una visión determinista de la historia. Ser optimista o pesimista implica pretender saber lo que vendrá en el futuro. Para mí el futuro es la invasión de lo desconocido, así que no soy optimista ni pesimista. Estoy preocupado pero esperanzado: preocupado porque creo que la desintegración de la Unión Europea es una opción realista, pero también esperanzado porque no quisiera vivir en una Europa post-Unión Europea.
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Ivan Krastev es investigador del Instituto de Ciencias Humanas de Viena. Escribe regularmente en The New York Times. Ha escrito numerosos libros sobre la democracia, el liberalismo y la Guerra Fría.
Traducción: Rodrigo Sebastián
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