Macri quería la reelección y perdió, salió derrotado, y esa derrota fue una hazaña porque en la abrumadora mayoría de los casos un candidato que pone en juego su cargo no sale derrotado.
Cuando acabe el recuento definitivo en 10 días, habrá mayoría.— Artemio López (@Lupo55) October 30, 2019
Por Manuel Quaranta*
(para La Tecl@ Eñe)
Desde las lejanas (y todavía abundantes) tierras de la memoria menemista, el Turco Asís lanzó (con magnífica ironía, en una mesa repleta de camélidos) una profecía de reciente concreción: “Este muchacho puede cometer la hazaña de perder”. El Turco, con su lúcido e irreverente acierto, terminó siendo, contra la tradición bíblica y contra todo pronóstico, un profeta, profeta nada más y nada menos que en su tierra (tierra de la memoria menemista, repito, tierra aún fecunda); y “este muchacho”, Mauricio Macri, el futuro ex Presidente de la Nación, acaba de perder las elecciones en las que buscaba extender su mandato. Macri quería la reelección y perdió, salió derrotado, y esa derrota, contundente e imprevisible (salvo para el ahora Gran Profeta Turco Asís) por donde se la mire, fue, efectivamente, su hazaña (¿hito macrista?); y fue una hazaña porque en la abrumadora mayoría de los casos un candidato que pone en juego su cargo no sale derrotado. No pierde.
Ni Juan Domingo Perón, ni Carlos Saúl Menem (el hito menemista: el pueblo, a través del voto libre, secreto y obligatorio, se hizo cargo, sin demasiadas reticencias –sombra terrible de la hiperinflación voy a evocarte–, de la extraordinaria batería de medidas en su contra), ni Cristina Fernández de Kirchner; en Estados Unidos, país tan afín a los deleites de “este muchacho”, 4 presidentes que buscaron prolongar su mandato vieron frustrados sus deseos, sólo 4 de 19. Es casi una regla: quien se encuentra ejerciendo el poder y pretende mantenerlo vía elecciones consigue una victoria, sin embargo, Mauricio Macri consiguió una derrota, una derrota épica. O mejor, Mauricio Macri le inyectó épica a la derrota. Porque en su afán de revertir la irreversible situación de las PASO se propuso, ignorando cualquier evidencia, la hazaña de ganar, una hazaña resumida en el slogan: “Sí, se puede”. Sí, puedo seguir siendo presidente a pesar de las adversidades, a pesar de una devaluación feroz, a pesar de una inflación galopante, a pesar del aumento abrupto de la pobreza y del desempleo, a pesar del descenso brutal del poder adquisitivo; sí, se puede, puedo, rezaba, cual monje budista devenido rock star nuestro presidente en las multitudinarias e inimaginables recorridas por las calles de una Argentina (digamos, junto al Gran Profeta, y sin ofender), blanca. La Argentina blanca de Mauricio Macri.
El ferviente, devoto y sacrificado pueblo macrista. Pero no. No le alcanzó, no se pudo; Macri perdió, salió derrotado. Y en esa derrota, paradójicamente, hubo hazaña. La hazaña de perder con la tradición a favor, con los medios masivos a favor, con el millonario préstamo del FMI a favor, con el rancio sentido común a favor, con el terror a favor. Y con todo eso a favor, salvo la economía, perdió, y junto a la derrota llegaron las interpretaciones de la derrota que procuraron redefinir el sentido del nombre Mauricio Macri (¿qué significa hoy, luego de cuatro años, el nombre Macri?); un hombre y un nombre que con el correr de su (¿trágico?, ¿extraordinario?) gobierno fue cerrando los caminos de la ancha avenida del medio para enfrentarse a una encrucijada eleccionaria en la que no reservaba ningún lugar para los débiles: o era hazaña de ganar o era hazaña de perder. Y perdió nomás Mauricio Macri generando una ola de desazón y alegría, de una alegría mezclada con desazón, de una desazón mezclada con alegría. Extraño, una elección tan polarizada no generó, en principio, sensaciones extremas, pero sólo en principio.
Ni Juan Domingo Perón, ni Carlos Saúl Menem (el hito menemista: el pueblo, a través del voto libre, secreto y obligatorio, se hizo cargo, sin demasiadas reticencias –sombra terrible de la hiperinflación voy a evocarte–, de la extraordinaria batería de medidas en su contra), ni Cristina Fernández de Kirchner; en Estados Unidos, país tan afín a los deleites de “este muchacho”, 4 presidentes que buscaron prolongar su mandato vieron frustrados sus deseos, sólo 4 de 19. Es casi una regla: quien se encuentra ejerciendo el poder y pretende mantenerlo vía elecciones consigue una victoria, sin embargo, Mauricio Macri consiguió una derrota, una derrota épica. O mejor, Mauricio Macri le inyectó épica a la derrota. Porque en su afán de revertir la irreversible situación de las PASO se propuso, ignorando cualquier evidencia, la hazaña de ganar, una hazaña resumida en el slogan: “Sí, se puede”. Sí, puedo seguir siendo presidente a pesar de las adversidades, a pesar de una devaluación feroz, a pesar de una inflación galopante, a pesar del aumento abrupto de la pobreza y del desempleo, a pesar del descenso brutal del poder adquisitivo; sí, se puede, puedo, rezaba, cual monje budista devenido rock star nuestro presidente en las multitudinarias e inimaginables recorridas por las calles de una Argentina (digamos, junto al Gran Profeta, y sin ofender), blanca. La Argentina blanca de Mauricio Macri.
El ferviente, devoto y sacrificado pueblo macrista. Pero no. No le alcanzó, no se pudo; Macri perdió, salió derrotado. Y en esa derrota, paradójicamente, hubo hazaña. La hazaña de perder con la tradición a favor, con los medios masivos a favor, con el millonario préstamo del FMI a favor, con el rancio sentido común a favor, con el terror a favor. Y con todo eso a favor, salvo la economía, perdió, y junto a la derrota llegaron las interpretaciones de la derrota que procuraron redefinir el sentido del nombre Mauricio Macri (¿qué significa hoy, luego de cuatro años, el nombre Macri?); un hombre y un nombre que con el correr de su (¿trágico?, ¿extraordinario?) gobierno fue cerrando los caminos de la ancha avenida del medio para enfrentarse a una encrucijada eleccionaria en la que no reservaba ningún lugar para los débiles: o era hazaña de ganar o era hazaña de perder. Y perdió nomás Mauricio Macri generando una ola de desazón y alegría, de una alegría mezclada con desazón, de una desazón mezclada con alegría. Extraño, una elección tan polarizada no generó, en principio, sensaciones extremas, pero sólo en principio.
A causa de sutiles o burdas operaciones mediáticas mucha gente, demasiada tal vez, afecta al malestar y el desasosiego, infravaloró el triunfo de Alberto Fernández, lo minimizó; les pregunto a esas mismas personas, ¿cuándo forjaron ustedes la certeza de que el triunfo sería por una diferencia de 20 puntos? (respondo, la forjaron el 11 de agosto a las 23 horas; o sea, era una certeza joven, sin arraigo); tranquilidad, señoras y señores, midan sus expectativas, guarden el rencor, no caigan en la remanida trampa emocional de hacer pasar un triunfo por una derrota o una derrota por un triunfo; la derrota es contundente, interminablemente heroica, impar.
Un hecho inédito en la historia argentina. Un acontecimiento. Una hazaña. Y fue Mauricio Macri quien la logró, exactamente como lo predijo (¿la predicción no formará parte del suceso predicho?), cuando nadie confiaba en él, el Gran Profeta.
*Licenciando y Profesor de Filosofía por la Universidad Nacional de Rosario y Magister en Literatura Argentina.
Un hecho inédito en la historia argentina. Un acontecimiento. Una hazaña. Y fue Mauricio Macri quien la logró, exactamente como lo predijo (¿la predicción no formará parte del suceso predicho?), cuando nadie confiaba en él, el Gran Profeta.
*Licenciando y Profesor de Filosofía por la Universidad Nacional de Rosario y Magister en Literatura Argentina.
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