Horacio González responde en este artículo a Jorge Alemán, y abre el debate en torno a la cuestión de las izquierdas en el mundo, las críticas al gobierno nacional y la correlación de fuerzas.
Por Horacio González*
(para La Tecl@ Eñe)
Quisiera cruzar algunas líneas con Jorge Alemán respecto a la cuestión de las izquierdas, no solo en la Argentina sino en el mundo. Como serán breves, es evidente que habrá un contraste entre la enorme dimensión del problema y la rápida atención que le dedicaré. Tan solo para establecer una respuesta que ojalá anime un debate fructífero. No pienso que debamos ser exclusivamente los hijos de un pensamiento que se basa en la correlación de fuerzas, tal como la pueda establecer algún extraño aparato de medición de energías sociales consolidadas. No puede nadie ignorar la situación que atravesamos, primero, una enfermedad globalizada que inmoviliza a las sociedades y difunde un sentimiento de autoprotección desconfiado y huraño -desde luego en medio de muestras generosísimas de solidaridad -, sumada a una inédita paralización de las formas clásicas de la economía que por tener dimensiones catastróficas, hace temblar al gran concepto humanista de “primero la vida”. Además, el sigiloso pensamiento político de grandes multitudes inconfesables, adquiere peligrosas notas de resentimiento en procura de amos payasescos, como Bolsonaro o Trump, en tanto que lo que antes hubiéramos llamados “socialdemocracias”, ensayan jugadas de memoria que tenían escondidas en su pecho egoísta y conservador, intentando protegerse con medidas de derecha.
Llamamos así el previo acatamiento de los gobiernos -antes de cualquier reunión, discusión o disputa- a lo que proponen las grandes empresas que ya tienen computado su cálculo de sacrificados que marchan a la pira del contagio, para que se lancen a jugar más brutalmente los letales algoritmos financieros. Abrir las compuertas de la producción se convirtió en una consigna contra los gobiernos que habían postulado la “primacía vital” -unos pocos, entre ellos el de la Argentina-, para hacerlos ceder en vista de que tampoco era posible reconstruir una economía de otro tipo, al margen de la estructura financiera que no cesa de retozar con la quiebra de las naciones, de las que ni quisiera podrían hacerse cargo, pero no lo quieren, pues es engorroso pagar el sueldo de médicos, maestros y empleados del estado. Solo quieren saborear el jugo que sigue goteando del pago de las viejas y nuevas deudas, asfixiando a los pueblos con sus reclamos de usura, que son la ruta paralela al virus. Las industrias de la conversación presencial, con sus finas tecnologías y las clases a distancias, marcarían nuestro horizonte. Escribió Ezra Pound: “Sientan cadáveres a su banquete por mandato de usura”.
Jorge Alemán, a cuya obra no le escatimamos la lectura ni la merecida valoración de sumo aprecio, deduce que alguien que sea de izquierda debe poner al resguardo toda una memoria social militante, en los galpones de lo poco que reste de buenas intenciones en el mundo. La crítica a la que estábamos acostumbrados no sería conveniente. Nos convertiríamos en cuidadores de póstumos mendrugos de lo que ya fue. Con un pensamiento así dispuesto, correríamos siempre el riesgo de contraer el virus de una “enfermedad infantil” de párvulos izquierdistas, profesionales imprácticos que marcamos cuestiones y señalamos falencias. Solo por tener el goce de hacernos los niños rebeldes en medio de la tempestad que carcome al barco. Ante esta eclosión de neonazis, amenazas guerreristas, metrópolis descorazonadas, profusión de cálculos pesimistas sobre el uso ultraderechista de la pandemia, quienes saben lo que es una vida de izquierda, deben replegarla ante el sórdido espectáculo de los poderes desnudos que acechan por doquier.
Banqueros desaforados, amenazas de invasiones a Venezuela, trolls desbocados que siguen tecleando excrecencias, utilización de consignas de “libertad y derechos humanos” para enmascarar un nuevo golpismo que establezca el gobierno del Capitalismo y de la Muerte a Crédito. Todo esto lo sabemos. Pero Jorge se suma a los que muestran enojos diversos, ante situaciones que merecen una crítica sensata y que muchos elegimos hacer con voz propia, no sin respeto ni prudencia. Llama, equivocándose, “vanidosos” a estos críticos que no sabrían soportar el peso de las obligaciones que implica apoyar sin más al Gobierno. Pero debemos saber que un gobierno efectivo es también la suma de las críticas que salen de su propio cuerpo de electores.
Ya sé que Jorge no concedió al desdichado concepto de “fuego amigo”, pero concede situar su palabra siempre incisiva, en lugares donde se manejan esas hipótesis desagradables. “Fuego amigo”, el oxímoron dedicado al infeliz. Ojalá que el debate y la opinión sobre cómo mantener la democracia en la Argentina, sostener alianzas viables y denunciar la conspiración en marcha de los necios, sea un compromiso tan importante como el que permita dirigirse con medidas más enérgicas hacia las grandes concentraciones de poder, que en nuestro país todos sabemos cuáles son. Si eso lo reclama un conjunto movilizado de personas que compensen en el sentimiento público las tantas manifestaciones adversas del prediseño golpista, nada sería más inconveniente que pararlas diciéndoles que antes deben sacar el “medidor de las relaciones de fuerza”. Sería festejar la inmovilidad y llamarla movilización. No lo pienso así Jorge. Quedamos amigos.
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*Sociólogo, escritor y ensayista. Ex Director de la Biblioteca Nacional.
3 comentarios:
Horacio González: toda una vida de militancia humanista.
Horacio Gonzáles: toda una vida dedicada al cultivo de la Razón.
Horacio González: como decir cosas importantes de tal manera que la gran mayoría no entienda un pomo.
No se preocupe, no hay nada que entender. Es estilo y estética rebuscadas con un contenido muy pobre.
Oti.
¿Cuál es la crítica de los periodistas y analistas progres?
Algo así como que Alberto no diga cosas que puedan ser elogiadas por el macrismo duro porque si no nos desconcertamos?
No hay ninguna crítica verdadera, solo incomprensión. Pero esto no es culpa de Alberto. Nadie tiene la culpa de cómo va a ser leído o escuchado por los demás. Eso no se puede controlar.
Tampoco se puede perder tanto tiempo en tratar que lo comprenda gente cuyas convicciones están atrapadas en viejos prejuicios y en emociones que no ayudan a la inteligencia.
El periodismo progre de argentina no entiende casi nada de la cuestión internacional. Es irónico que lo critiquen a Alberto en ese tema.
Oti.
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