6/13/2016

perú en su laberinto

Perú: El voto al menor peor

Antonio Zapata 

Nelson Manrique 

Por un pelín, el empresario neoliberal Pedro Pablo Kuczynsky (PPK) fue consagrado por las urnas como el nuevo presidente del Perú, derrotando a Keiko Fujimori, hija del dictador que purga una condena por crímenes y robo cometidos durante su mandato.

El país de la enemistad

Antonio Zapata

Como se ha afirmado, el resultado electoral expresa el choque frontal entre el fujimorismo y el antifujimorismo, donde cada uno ha obtenido aproximadamente la mitad del voto popular. De este modo, el anti sigue siendo una fuerza clave en nuestra política. ¿De dónde viene y por qué siempre hemos sido así?

Para empezar, constatar la antigüedad del anti. Si se revisa la historia nacional, regularmente aparecen dos rivales que se enfrentan a muerte; donde el segundo es simplemente el anti del primero.

Pasemos revista. La conquista está marcada por dos guerras fratricidas: primero, Huáscar y Atahualpa y luego, Pizarro vs Almagro. En el siglo XVIII, la gran sublevación indígena contra el colonialismo fue derrotada porque se enfrentaron indígenas contra indígenas, Túpac Amaru contra Pumacahua. A continuación, la primera república nos depara el encarnizado enfrentamiento entre Santa Cruz y Gamarra.

En la Guerra con Chile fuimos un desastre: “antes los chilenos que Piérola”. No hay ningún anti más fuerte que ése. Con el enemigo encima, nos enfrascamos en una serie interminable de luchas internas, al grado que tuvimos cinco presidentes en cuatro años de guerra.

El siglo XX no trajo mejoría. Por el contrario, buena parte de la centuria estuvo definida por el enfrentamiento entre el APRA y el antiaprismo. En esas décadas se impuso el veto a Haya de la Torre como represalia por los asesinatos de oficiales en el cuartel de Trujillo durante el levantamiento de 1932. Desde entonces, la alianza entre la oligarquía y el ejército tuvo como fundamento impedir que el APRA ocupe el poder político.

Así estuvimos cuarenta años, desde comienzo de los 1930 hasta fines de los 1970. Casi cincuenta años del anti más prolongado de nuestra historia: el antiaprismo. Y como todos venimos de experimentar, el siglo XXI no ha resuelto este viejo tema nacional. Por el contrario, ya llevamos diez años en los cuales el antifujimorismo es un gran actor de la vida política.

Algunos antis se deben a que los actores son muy parecidos y no entran en un espacio pequeño. “No hay dos soles en el firmamento”. Ocurre en los partidos políticos y algunas veces en la esfera macro; por ejemplo, los caudillos Santa Cruz y Gamarra eran casi idénticos. Otro caso similar, Keiko y Kenji. Son los hermanos-enemigos.

Cuando los antis actúan en el largo plazo, la clave es la memoria. Ella se reproduce y ahora hallamos jóvenes que no conocieron a Alberto Fujimori, pero que tienen presente una historia familiar que reaparece con fuerza en su conciencia política. Cada lado del anti dice renovarse, pero reproduciendo el clivaje anterior. Son nuevos actores, pero se detestan tanto como los protagonistas de los noventa.

En estas oposiciones de largo aliento, los antis expresan posturas muy diferentes, prácticamente antitéticas. No son simples hermanos-enemigos, sino encarnizados rivales con planes integrales opuestos.

¿Cómo se superan estas contradicciones tan fuertes? Es difícil decirlo, pero de la experiencia anterior algo se puede colegir. La pregunta es, ¿cómo terminó el antiaprismo?

La iniciativa correspondió al APRA, que desde los 1950 fue mostrando que conservaba su caudal y aceptaba la democracia, sin conspirar en los cuarteles ni amenazar con levantamientos. Como consecuencia se diluyó el antiaprismo y Haya presidió la Constituyente de 1978 sin ningún problema.

En el caso actual, Keiko no ha dado muestra de representar una nueva etapa más democrática del fujimorismo. Por el contrario, hemos visto derroche de dinero para clientelismo electoral, líderes principales investigados por la DEA y audios trucados.

Es decir, los viejos métodos del fujimontesinismo. A renovación de las amenazas, sigue el fortalecimiento de los antis.

PPK Presidente

Nelson Manrique

Con los datos oficiales de la ONPE se puede afirmar que Pedro Pablo Kuczynsky es el nuevo Presidente del Perú.

Afirma un dicho que la victoria tiene muchos padres pero la derrota es huérfana. Perder otra vez la elección presidencial –un pan que vuelve a quemársele en la puerta del horno– ha puesto a Keiko Fujimori en una situación muy difícil, no solo por la comprensible depresión que la derrota ha producido entre sus seguidores, dramáticamente escenificada por la catatonia de Ricardo Vázquez Kunze ante las cámaras de TV Perú, sino porque va a agravar las tensiones que desgarran al fujimorismo.

Por segunda vez Alberto Fujimori ve frustrado su anhelo de obtener un indulto presidencial y abandonar la Diroes, como proclamaba Cecilia Chacón, “por la puerta grande”. La abstención de Kenji Fujimori, que ostentosamente no fue a votar por su hermana, constituye todo un manifiesto sobre la reacción del sector duro del fujimorismo.

Alberto Fujimori –el hombre más desconfiado del Perú– ha mostrado en más de una oportunidad su disconformidad con la estrategia electoral seguida por su hija. Recuérdese su iniciativa de recabar firmas a través de su abogado defensor, para intentar fundar un nuevo partido político, independiente del que dirige Keiko. O, más recientemente, las declaraciones del hijo más cercano a su corazón, Kenji, proclamando que “en el supuesto negado” de que ella perdiera las elecciones, él sería el candidato del fujimorismo para el 2021. La rebelión de Kenji contra Keiko, así como la carta de Alberto Fujimori, demandando que se reincorporara a la lista de candidatos al parlamento del fujimorismo a viejas glorias alejadas de los reflectores por impresentables, como Martha Chávez, María Luisa Cuculiza y Alejandro Aguinaga, constituían un claro desafío a su liderazgo y expresaban públicamente el descontento de su padre. Ella tuvo que recurrir a una enérgica respuesta, alineando al comando de su partido, negándose a poner en la lista del parlamento a los escuderos de Alberto y dejando bastante en claro que la persistencia de Kenji en autoproclamarse candidato presidencial para 2021 podría terminar con su exclusión del movimiento.

El triunfo de Keiko en este pulseo quedó consagrado con las declaraciones de Martha Chávez, explicando que el propio Alberto Fujimori le había señalado que el objetivo estratégico en este periodo era que Keiko ganara las elecciones y que había que alinearse, y las de Kenji saludando la energía y liderazgo de su hermana, en una clara actitud de rendición. Todo esto sería apenas una anécdota para un fujimorismo triunfante, pero en la derrota adquiere un peso ominoso.

En la izquierda este resultado fortalece el liderazgo de Verónika Mendoza, cuya decisión de respaldar a PPK para cerrarle el paso del fujimorismo fue decisiva, e irónicamente salva a quienes llamaban a viciar el voto de la tremenda responsabilidad histórica que habrían contraído si Keiko llegaba al poder por un estrecho margen. No haber establecido ningún pacto con PPK y proclamar abiertamente que el objetivo de su apoyo era impedir que el fujimorismo tomara el poder deja al Frente Amplio con las manos libres para cumplir con su objetivo de convertirse en la verdadera oposición popular: aquella que cuestiona la lógica del modelo de acumulación neoliberal que ambos candidatos representan, demanda una política inclusiva, la recuperación de nuestras culturas e identidad y enfrenta toda forma de discriminación, exigiendo cambios radicales.

PPK va a tener que tomar decisiones difíciles en los días previos al 28 de julio, que tendrán consecuencias de largo alcance. Ya Carlos Bruce ha insinuado en la misma noche del triunfo la posibilidad de canjear con el fujimorismo la liberación de Fujimori por el apoyo parlamentario de su bancada. Que PPK asuma esta posición entra dentro del margen de lo posible. Pero deberá tener absolutamente claro que esa opción lo pondría en la condición de rehén irredimible del fujimorismo, listo para cargar con todas sus mochilas, ante una resistencia popular dirigida por un Frente Amplio que ha mostrado durante estos meses su fuerza en las ánforas y en las calles. Se cierra una etapa y se abre otra.

La República 7-06-2016

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