5/25/2016

adelina


La Madre que sacaba fotos 

Adelina Dematti de Alaye dedicó su vida a investigar los crímenes de la dictadura que le arrebató a su hijo Carlos Esteban. Un legado de amor y de lucha por la Memoria, la Verdad y la Justicia.


En el aniversario por los cuarenta años del golpe, Adelina Dematti de Alaye no pudo caminar la tradicional ronda alrededor del monumento a San Martín. Sus piernas no tenían fuerza. Pero su espíritu de luchadora no flaqueaba: con su pañuelo blanco en la cabeza, sentada a la sombra, acompañó una más de aquellas marchas circulares que comenzaron en plena dictadura cívico militar junto a Herenia Sánchez Viamonte y otras Madres de Plaza de Mayo de La Plata. Desde que comenzó a buscar a su hijo, Carlos Esteban Alaye, desaparecido el 5 de mayo de 1977, nunca más se detuvo. Pese a la edad y a la enfermedad que la aquejó los últimos años. Este martes, se despertó y se quedó en la cama. Al mediodía se tomó un té y cerró los ojos. Tenía 89 años.

En 2014 le diagnosticaron anemia crónica, una enfermedad que la obligaba a hacerse transfusiones de sangre y le sacaba fuerzas. Se lo tomó con resignación porque más la preocupó que en el Instituto de Hemoterapia de la provincia de Buenos Aires la sangre no sobroba. Entonces pidió a sus seguidores de Facebook que colaborasen. “El otro día me dijo la doctora que cuando yo digo que se necesita sangre van un montón de donantes. ¿Por qué no aprovechamos y me usan a mí para hacer una campaña de donación?”, le comentó Adelina a un joven de HIJOS poco tiempo después, durante una actividad por el Día de la Mujer del año pasado en La Plata. Adelina militaba.

Adelina Ethel Dematti viuda de Alaye nació en 1928 en Chivilcoy, donde recientemente la declararon ciudadana ilustre. Allí cursó sus estudios primarios, secundarios y terciarios. Con su marido, Luis María, y sus dos hijos, Carlos Esteban y María del Carmen, vivieron en Carhué, en Azul, en Brandsen y finalmente se mudaron a La Plata. Ejerció como maestra, preceptora y directora de un jardín de infantes. Tuvo cuatro nietos: tres varones de su hija y una nena su hijo.

Fue una de las fundadoras de Madres de Plaza de Mayo de La Plata, integró la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos (APDH) y fue secretaria de Derechos Humanos de la Municipalidad de la capital bonaerense. La distinguieron como vecina ilustre de La Plata y de la Provincia en 2008 y la reconoció la Cámara de Diputados de la Nación. En 2010, la Universidad Nacional de La Plata la declaró Dra. Honoris Causa. Fue impulsora de los Juicios por la Verdad que abrieron el camino al proceso de Memoria, Verdad y Justicia.

Pero, antes que todo eso, era la mamá de Carlos Esteban.

El 5 de mayo de 1977, a las 19.30, en Ensenada, una patota de civil secuestró a Carlos Esteban Alaye. Tenía 21 años, estudiaba Psicología, trabajaba de tornero, vivía en Ensenada con su mujer y esperaba a su hija Florencia, que iba a nacer la primavera siguiente. Militaba en la JP Montoneros y, por eso, lo buscaba la patota de la Marina, que lo secuestró y lo llevó a La Cacha, el centro clandestino de detención y exterminio que funcionó en Lisandro Olmos, atrás de la cárcel.

Ese día, Carlos Esteban tenía una cita de militancia con una compañera y lo emboscaron cuando iba en bici por la calle. Un vecino que vio todo ayudó a Adelina a reconstruir el secuestro. Para entonces, ya había conocido a Azucena Villaflor y a Hebe de Bonafini en la iglesia de la Santa Cruz. Ya era una Madre de la Plaza.

LA MARCA DE LA INFAMIA. Poco antes de que le diagnosticaran la anemia crónica, Adelina declaró durante tres horas lo que pasó con su hijo. Fue el 21 de febrero de 2014, en el juicio que el Tribunal Oral en lo Criminal Federal Nº1 de La Plata realizó a ex militares, penitenciarios y espías civiles por los crímenes cometidos en ese centro clandestino, entre ellos, el de Carlos Esteban.

“Yo acuso a los médicos de la morgue de La Plata”, dijo, y la frase fue un estallido en la sala de audiencia. Esa fue su última declaración ante la justicia. Poco antes del mediodía, sentada frente a los jueces del Tribunal platense, Adelina acusó por crímenes de lesa humanidad a 21 forenses que firmaban los certificados de defunción de las personas asesinadas por la dictadura y eran sepultadas como NN en el cementerio local. "Yo los acuso y quiero verlos sentados ahí, donde corresponde", dijo la Madre, y señaló el corralito donde se sentaban los acusados de La Cacha.

Toda esa ignominia quedó registrada en su libro, “La marca de la infamia”, que publicó antes de declarar y reeditó después con la Secretaría de Derechos Humanos del Ministerio de Justicia de la Nación, donde trabajaba como asesora. Esa investigación de 1.635 fojas fue un trabajo al que dedicó su vida, para el que revisó legajos, libros del cementerio, causas judiciales y miles de papeles y relatos. Y esa denuncia implicó la renuncia del vicedecano de la facultad de Ciencias Médicas de La Plata, el cirujano Enrique Pérez Albizu, uno de los firmantes de aquellos certificados fraguados.

LA MADRE DE LA CÁMARA. Adelina siempre se preocupó por tener todo registrado. A todos lados iba con su cámara de fotos. Era la Madre que sacaba fotos. Lo hacía desde épocas difíciles, cuando la dictadura todavía reinaba sobre la vida y la muerte y ella, con las otras mujeres, debía circular en la plaza para no ser detenida. En la última década, cuando el Estado reivindicó a los organismos de derechos humanos, se la podía ver entre los invitados, sentada en la primera hilera de sillas tomando imágenes con una pequeña cámara póquet.

“De cada papel, cada documento, cada trámite que tenía que hacer guardaba una copia”, contaba. Lo guardaba todo abrigando la esperanza del encuentro con su hijo. “Porque yo decía: ‘Cuando él venga, que vea qué pasó mientras no estaba, que no lo olvidamos’. Yo empecé a juntar la memoria para mi hijo. Y un buen día me di cuenta de que no era así”.

No quería que nada se le escapara. En el garaje de su casa, juntó cajas y cajas con miles de documentos y fotografías, cartas, expedientes judiciales y recortes periodísticos que fue clasificando y luego donó al Archivo Histórico de la provincia de Buenos Aires “Ricardo Levene”, en La Plata. En 2007, todo ese archivo personal sobre la dictadura militar fue declarado "Memorias del mundo” por la UNESCO.

Es que Adelina cultivaba la memoria, la justicia y la verdad. Y el amor militante que había visto en su hijo. Por eso, más que kirchnerista, era de Néstor y Cristina. “Yo me enamoré de Néstor. Tuve contacto muy pronto con él y me enamoré. Cristina es maravillosa, la voy a defender a muerte. Pero Néstor, no sé, lo veía como de la generación de mi hijo”, contó Adelina al diario digital Contexto el año pasado.

ADIÓS. Todo el cariño que cosechó en su vida rebalsó su portada de Facebook apenas se supo de su muerte. Todos remarcaron su legado, su lucha, su perseverancia, su amor. A la noche, el velorio en el Rectorado de la UNLP era multitudinario.

Adelina tenía un gesto que repetía con los jóvenes: les tomaba la cara con ambas manos. Era un gesto de amor, como la caricia de una abuela a su nieto, o de una maestra a su alumno. Nunca dejará de sorprender que a esas mujeres, a las que la dictadura les arrebató tanto, no hayan podido arrebatarles el amor.

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