2/08/2016

todorov: el anti charly y la versión macrista de los ddhh


De las versiones abyectas de la teoría de los dos demonios la del filósofo francés ( todos los franceses son filósofos ) don  Tzvetan Todorov   es la más burda y brutal, y por su salvajismo nuevamente echó a rodar estos días de la mano del discurso de funcionarios y periodistas oficialistas.

Y cobró difusión Todorov ahora ya no para contribuir "el sano debate de ideas", sino para justificar el desmantelamiento inexorable que sucederá con la política de DD.HH. desplegada por los gobiernos kirchneristas y, si cabe, darle un "relato verosimil" a esta deconstrucción. 

Actores de reparto como los burócratas estatales Lombardi "el blando" o Lopérfido "el duro", no son más que difusores sencillos, populares, de una política de estado - la del actual estado populista de centroderecha - , que con respecto a la problemática DD. HH. tiene su plexo "teórico" muy bien explicitado en este breve texto del gran equilibrista francés "distante tanto de uno como de otro imperialismo", y ya anticipado en el año 2010 en La Nación , bajo el muy didáctico título de  "Los riesgos de la memoria incompleta". 

Buscando construir otro régimen de verosimilitud ya que no el verdadero - un imposible diría el mismo Tzvetan - sobre la violación de los DD.HH. en el país,  su señoría Todorov se lanzaba a la batalla política y escribía , con-mo-vi-do esta "ruina sobre ruina" :


He escrito en varias ocasiones sobre las cuestiones que suscita la memoria de acontecimientos públicos traumatizantes: la Segunda Guerra Mundial, regímenes totalitarios, campos de concentración... Esta es, sin duda, la razón por la que me invitaron a visitar varios lugares vinculados con la historia reciente de la Argentina. Así, pues, estuve en la ESMA (Escuela de Mecánica de la Armada), un cuartel que, durante los años de la última dictadura militar (1976-1983), fue transformado en centro de detención y tortura. Alrededor de 5000 personas pasaron por este lugar, el más importante en su género, pero no el único: el número total de víctimas no se conoce con precisión, pero se estima en unas 30.000. También fui al Parque de la Memoria, a orillas del Río de la Plata, donde se ha erigido una larga estela destinada a portar los nombres de todas las víctimas de la represión (unas 10.000, por ahora). La estela representa una enorme herida que nunca se cierra.

El término "terrorismo de Estado", empleado para designar el proceso que conmemoran estos lugares, es muy apropiado. Las personas detenidas eran maltratadas en ausencia de todo marco legal. Primero, las sometían a torturas destinadas a arrancarles informaciones que permitieran otros arrestos. A los detenidos, les colocaban una capucha en la cabeza para impedirles ver y oír; o, por el contrario, los mantenían en una sala con una luz cegadora y una música ensordecedora. Luego, eran ejecutados sin juicio: a menudo narcotizados y arrojados al río desde un helicóptero; así es como se convertían en "desaparecidos". Un crimen específico de la dictadura argentina fue el robo de niños: las mujeres embarazadas detenidas eran custodiadas hasta que nacían sus hijos; luego, sufrían la misma suerte que el resto de los presos. En cuanto a los niños, eran entregados en adopción a las familias de los militares o a las de sus amigos. El drama de estos niños, hoy adultos, cuyos padres adoptivos son indirectamente responsables de la muerte de sus padres biológicos, es particularmente conmovedor.

En el catálogo institucional del Parque de la Memoria, publicado hace algunos meses, se puede leer: "Indudablemente, hoy la Argentina es un país ejemplar en relación con la búsqueda de la Memoria, Verdad y Justicia". Pese a la emoción experimentada ante las huellas de la violencia pasada, no consigo suscribir esta afirmación.

En ninguno de los dos lugares que visité vi el menor signo que remitiese al contexto en el cual, en 1976, se instauró la dictadura, ni a lo que la precedió y la siguió. Ahora bien, como todos sabemos, el período 1973-1976 fue el de las tensiones extremas que condujeron al país al borde de la guerra civil. Los Montoneros y otros grupos de extrema izquierda organizaban asesinatos de personalidades políticas y militares, que a veces incluían a toda su familia, tomaban rehenes con el fin de obtener un rescate, volaban edificios públicos y atracaban bancos. Tras la instauración de la dictadura, obedeciendo a sus dirigentes, a menudo refugiados en el extranjero, esos mismos grupúsculos pasaron a la clandestinidad y continuaron la lucha armada. Tampoco se puede silenciar la ideología que inspiraba a esta guerrilla de extrema izquierda y al régimen que tanto anhelaba.

Como fue vencida y eliminada, no se pueden calibrar las consecuencias que hubiera tenido su victoria. Pero, a título de comparación, podemos recordar que, más o menos en el mismo momento (entre 1975 y 1979), una guerrilla de extrema izquierda se hizo con el poder en Camboya. El genocidio que desencadenó causó la muerte de alrededor de un millón y medio de personas, el 25% de la población del país. Las víctimas de la represión del terrorismo de Estado en Argentina, demasiado numerosas, representan el 0,01% de la población.

Claro está que no se puede asimilar a las víctimas reales con las víctimas potenciales. Tampoco estoy sugiriendo que la violencia de la guerrilla sea equiparable a la de la dictadura. No sólo las cifras son, una vez más, desproporcionadas, sino que además los crímenes de la dictadura son particularmente graves por el hecho de ser promovidos por el aparato del Estado, garante teórico de la legalidad. No sólo destruyen las vidas de los individuos, sino las mismas bases de la vida común. Sin embargo, no deja de ser cierto que un terrorismo revolucionario precedió y convivió al principio con el terrorismo de Estado, y que no se puede comprender el uno sin el otro.

En su introducción, el catálogo del Parque de la Memoria define así la ambición de este lugar: "Sólo de esta manera se puede realmente entender la tragedia de hombres y mujeres y el papel que cada uno tuvo en la historia". Pero no se puede comprender el destino de esas personas sin saber por qué ideal combatían ni de qué medios se servían. El visitante ignora todo lo relativo a su vida anterior a la detención: han sido reducidas al papel de víctimas meramente pasivas que nunca tuvieron voluntad propia ni llevaron a cabo ningún acto. Se nos ofrece la oportunidad de compararlas, no de comprenderlas. Sin embargo, su tragedia va más allá de la derrota y la muerte: luchaban en nombre de una ideología que, si hubiera salido victoriosa, probablemente habría provocado tantas víctimas, si no más, como sus enemigos. En todo caso, en su mayoría, eran combatientes que sabían que asumían ciertos riesgos...

Mássa

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2 comentarios:

hosebe dijo...

Don Artemio: Ud. que es una persona con conocimientos, no podría informarme donde se otorga el titulo de filosofo,aclaro que no soy Frances,porque en ese caso no tendría, problemas.Este Tzvetan Todorov estudio en la SOBORNA...¿se escribe así no ?

f dijo...

El genocidio de los terroristas de izquierda es mucho mayor que el de los milicos desde el Estado, porque los terroristas de izquierda eliminaron al 25% de la población y los milicos al 0,01%.

Dejando de lado el hecho de que el porcentaje de los terorristas de izquierda es imaginado, resulta un argumento contundente.

Este Todorov es el campeón del Justo Medio. No sé para qué existen los filósofos de este tipo. Supongo que para que los mediopelines tengan un referente que les venda un discurso tranquilizador, para que los convenza de que los extremos son malos y que la vida despolitizada y anodina que llevan es la correcta.

Por otro lado, no deja de llamarme la atención la manera tan deshistorizada y liviana con la que la derecha presenta este asunto: había terroristas de izquierda y terroristas de derecha; los primeros estaban locos y los segundos tuvieron que combatirlos. Para ellos no existió el golpe del '55, la proscripción del peronismo, los fusilamientos...nada. La violencia comenzó en 1955 y no luego de la muerte de Perón. Sin embargo, sí debo decir que la militancia armada debió finalizar con la vuelta de Perón